Los griegos temían más al resentimiento que al odio, decía que aquel era el “odio larval”, el que vive dentro de uno y lo convierte en prisionero sin capacidad de salirse de ese encierro. Nuestra América está hoy en el mejor momento de su historia económica, sin embargo tiene varios líderes que no han podido huir de esa prisión que impide una mirada en clave positiva hacia el futuro que queda por construir y que finalmente es el único mandato real que han recibido de los ciudadanos. Gobernar contra y no en favor de algo nos minimiza y al empequeñecernos nos priva de la originalidad y la innovación que suponen hoy en día más que nunca los liderazgos reales y positivos. Hacer aquello diferente de manera distinta supone deshacernos de los lastres ideológicos que nos han impedido desarrollar naciones prósperas en sociedades desarrolladas.
Es curioso cómo los proyectos de integración surgen como respuesta a alguien en particular como Estados Unidos cuya capacidad de articulación regional se ve seriamente constreñida en el tiempo debido a sus grandes dilemas internos. No es no que lo quieran hacer. Simplemente no lo pueden y en vez de contestar con un modelo distinto al cuestionado por tanto tiempo, se repite en la acción la misma prepotencia o altanería que habían sido severamente cuestionados a ese país. La percepción adolescente nos impide crecer desde un orgullo nuevo que no conteste desde la prepotencia y el autoritarismo una historia cargada de ejemplos malsanos en la región. Se incuba lamentablemente con este tipo de comportamiento una respuesta de signo distinto en el tiempo con las consabidas revanchas y odios que deberán ser repudiadas pero no desafortunadamente entendibles. La prosperidad económica manda hoy en la región liderazgos a la altura de un motor que podría sacar a millones de la pobreza y de sus consecuencias nefastas en el subcontinente, pero para esto se requiere un liderazgo con mirada desprovista de resentimiento que limita severamente el ámbito efectivo de las soluciones requeridas.
Mirarse en el espejo de la historia o gobernar desde el retrovisor constituyen formas no adecuadas para tiempos donde las coordenadas históricas exigen gobiernos aperturistas y aglutinantes debido a la complejidad de los problemas y la necesaria sostenibilidad en el tiempo. Gobernar en contra de algo o de alguien supone mantener los vicios que llevaron a que nuestras sociedades no maduren ni se desarrollen como debiera y, por sobre todo, a que la respuesta en el tiempo de signo contrario nos lleve a retornar al mismo punto del que habíamos partido. Las “revoluciones de 360 grados” a las que nos hemos acostumbrado con gobiernos de derecha o de izquierda nos demuestran la necesidad de trazar líneas desprovistas de odios y resentimientos que permitan el tránsito hacia un cambio de 180 grados y no el falso que duplica dicha cantidad.