Hoy quiero proponerles una columna interactiva, con la cual no solo tengamos una lección de realidad nacional en cuatro segundos (no es una exageración), sino que les puedo asegurar que terminaremos llorando de la risa, y lo mejor de todo: riéndonos de nosotros mismos.
Los que estén leyendo esto en una pantalla, por favor vayan a Youtube y busquen el video ‘Rescate azogueño’; los demás, encuentren un momento en el día para hacerlo.
Primero aclaro que los cuatro segundos de video al parecer no ocurrieron en Azogues, y no sé por qué se titula así; en todo caso bien podríamos rebautizarlo como Rescate a la ecuatoriana.
Para quienes no tengan acceso inmediato a una computadora, voy a describir la escena.
Un hombre, al parecer seriamente herido, es subido en una camilla, por dos rescatistas, al balde de una camioneta; es tanta la urgencia que el chofer arranca ni bien la camilla es depositada en el balde. Como nadie aseguró la camilla y menos tuvo tiempo de cerrar la puerta, en fracciones de segundo tanto el herido como uno de los rescatistas van directo al piso, mientras la camioneta sigue andando frenética en su misión de ‘rescate’.
La situación que, en realidad, no es graciosa, termina por arrancar desde solapadas risas hasta carcajadas estruendosas, por absurda. El ejemplo perfecto de la tragicomedia nacional.
¡Cómo es posible que al casi muerto le toque incorporarse para tratar de salvarse de sus salvadores, quienes, además, en su atolondrado intento terminan cayéndose de bruces!
No sé si compartan mi opinión, pero es exactamente lo que le pasa una y otra vez a ese herido grave (no me atrevo a decir herido de muerte, por pura supersticiosa que soy, no se vaya a cumplir) llamado Ecuador, al cual una infinidad de rescatistas han ofrecido poder salvar, todos con resultados vergonzosos.
Y quizá de tanta caída, ya Ecuador –ese enfermo maltratado y turulato, caído una y mil veces de la camioneta– ha quedado un poco loco y por eso está dispuesto a dejarse salvar una vez más, ahora con una consulta popular, que supuestamente será el remedio a todos sus males. En los últimos cuatro años ¿cuántas veces los rescatistas han prometido la salvación? Cuenten. Y mientras tanto, el enfermo sigue viendo cómo se le mueren los hijos en el hospital, sin que la justicia sirva para nada o dejándose matar por dos reales en cualquier esquina’ prestando oídos al –a estas alturas– inverosímil “confíen en mí”.
Incrédula, me reservo un puesto para verlo caer nuevamente, inmovilizado, atado a la camilla, por completo en manos de sus ‘salvadores’, esos que en su vehemencia y torpeza saldrán disparados de la camioneta a la que tan oportunamente supieron subirse y de la que los veremos caer’ riéndonos para no llorar.