Rescatar la salud pública

Columnista invitado
Hace más de una centuria se definía a la salud pública como “la ciencia y el arte de prevenir las enfermedades, prolongar la vida y promover la salud mediante los esfuerzos organizados de la sociedad”. Un siglo más tarde -en sus 100 años de existencia- la Organización Panamericana de la Salud refrendaba el concepto, enfatizando el rol protagónico “de las instituciones de carácter público, para mejorar, promover, proteger y restaurar la salud de las poblaciones…”.

La aplicación de tales definiciones al Ecuador de la última década deja un saldo nada favorable; el énfasis se concentró en solo una dimensión de la salud pública; la restauración. Además, en cumplimiento de una común estrategia estatal, se privilegió la visibilidad de la obra física para capitalizar votos de un electorado fácilmente impresionable. “Interpretando” su comprensible preocupación por superar una enfermedad, el gobierno hizo lo “políticamente correcto” e instauró una gestión de “enfermología pública”, certero término de un salubrista ecuatoriano. Sin preocupación similar por la promoción y prevención, desvalorizó el germinal interés poblacional por la salud, institucionalizando una “cultura” de enfermedad y una espiral ascendente de atenciones, con costos sociales y económicos no dimensionados.

La vacunación es un ejemplo dramático de la postergación de la salud pública; las coberturas en Ecuador desde hace más de una década se ubicaban sobre el promedio de la región, alcanzando niveles útiles (más del 95%) para prevenir enfermedades infantiles, tales como poliomielitis y sarampión. A partir de 2012 la tendencia decrece a niveles alarmantes que bordean el 80% que, de no corregirse, anuncian seguros problemas. Hoy Europa enfrenta una amenazante epidemia de sarampión, especialmente en Rumania e Italia, directamente relacionada con la caída de índices de vacunación a menos del 85%. Un golpe de timón en la salud pública es impostergable. No puede ser que de 20 220 médicos, apenas 29 sean salubristas especializados y solo 51 epidemiólogos. (INEC, 2015). Deben implementarse estimulantes condiciones de trabajo para equipos multidisciplinarios sanitaristas, de cuyo accionar dependen adecuadas políticas de salud. No pueden mantenerse regiones administrativas lejanas al acceso a programas y servicios de salud (¿cantones de Pichincha más Orellana y Napo?) ignorando la provincia como escenario de acciones planificadas de salud. Debe recuperarse el dinamismo de la gestión de salud pública hoy extraviada en vericuetos burocráticos; en números y cifras, antes que en indicadores de progreso.

Rescatar la salud pública ecuatoriana, abonada con ahínco por generaciones de salubristas comprometidos: tarea pendiente del próximo gobierno.

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