La tunda que los venezolanos han propinado al chavismo en los comicios legislativos, el pasado domingo 6 de diciembre (6D), aclara algunas cosas.
La primera: en la etiqueta de la ‘revolución bolivariana’ finalmente ya no está tan borrosa la fecha de caducidad. ¿El 2016? Es probable, en especial si Nicolás Maduro continúa al frente de un barco herrumbroso y cargado de tanto lastre, que no solo hace agua por todos lados, sino que no dispone de dinero ni de imaginación para tratar de sacarlo a flote.
¿Qué se viene después de la derrota del chavismo en el 6D? Eso dependerá de los ganadores, que ya han dicho que están listos para la colosal tarea de desmontar una maquinaria estatal aceitada para perpetuarse en el poder y hacer lo que le diera la gana sin la necesidad de rendir cuentas a nadie.
La coalición opositora de Venezuela contabiliza 112 de las 167 curules en la Asamblea Nacional. Como resultado del ventajismo electoral y de un método de distribución de escaños ideado para favorecerlo a toda costa, el chavismo suma 55. En rigor, debería tener muchos menos.
El torrente de votos en contra del desgobierno del populismo inepto, derrochador y ramplón -eso ha sido el oficialismo venezolano- permite avizorar una serie de escenarios. Este puede ser uno de ellos: con la mayoría calificada en la Asamblea, desde el 5 de enero del 2016 (es decir, ya mismo) podrá descabezar los órganos de poder (Judicial, Electoral) que han sido serviciales con el Régimen, y aprobar mociones de censura en contra del Vicepresidente y ministros de Estado. Bajo el control de la oposición, el Legislativo también podrá despojar de la inmunidad (y de la impunidad) a Diosdado Cabello, el número dos del chavismo y quien carga sobre sus espaldas un rimero de acusaciones.
Eso no es todo: la ley venezolana posibilitará, en el 2016, la convocatoria de un referendo para revocar el mandato del sucesor del fallecido presidente Hugo Chávez.
Para el chavismo, el escenario post 6D pudiera ser incluso peor.