Son periodistas con mayúsculas. Periodistas que dignifican el oficio, que lo mantienen vivo, que arriesgan su vida, que ponen el alma en conseguir un dato, que se acercan a la gente, que huelen, miran, escuchan, tocan y saborean los hechos cotidianos.
A ellos les toca lo más difícil de la profesión: contar, narrar, relatar, describir.
Difícil porque implica mantenerse siempre alerta y despierto, tener la actitud de un niño curioso, un niño preguntón e irreverente, un niño que duda de todo lo que le dicen.
Porque la duda es, o debería ser, la esencia del trabajo cotidiano de los reporteros.
Gracias al ejercicio del asombro, de la sorpresa, del escepticimo, de la incredulidad, de la comprobación, los reporteros logran una visión lo más exacta posible de lo que quieren contar.
Sin prejuicios ni hipótesis prefijadas, los buenos reporteros salen a la calle a buscar hechos, personajes, cifras, datos, documentos, archivos, testimonios, voces, contextos, referencias, nombres que ayuden a redondear las notas.
Muchos estudiantes de comunicación y periodistas jóvenes, recién graduados y que están empezando en el oficio, suelen preguntar cómo elegir los temas, cómo saber si un hecho u otro interesarán o conmoverán a los lectores.
Es difícil, incluso desde la experiencia de un jefe con años de recorrido en el oficio, responder esa inquietud.
Sin embargo, abocados a la necesidad de satisfacer la pregunta, hay que recordar lo que solía decir un legendario maestro del periodismo nacional, cuyo nombre me reservo por respeto a su memoria.
Él argumentaba que el ejercicio del periodismo no es un problema de títulos universitarios, técnicas depuradas ni excesos teóricos: este oficio -repetía- es difícil porque es un asunto de sentido común.
Tan sencillo y tan complejo como eso. Un asunto que tiene que ver con las sensibilidades, con los valores, con los principios, con la identidad colectiva, con las tendencias, con la moda, con la estética, con los gustos.
¿Qué contar, entonces? Ahí entra el sentido común: los temas de los que está hablando la gente.
Por más frívolos, triviales, extraños, densos o confusos que pudieran parecer los asuntos que se cuentan, el público aprecia la capacidad de los reporteros para comunicar con palabras sencillas y precisas, con un lenguaje fresco, con intensidad, con pasión por decir bien las cosas.
Contar lo que las personas necesitan para tomar decisiones, lo que es útil, lo que sirve, lo que motiva, lo que estimula, lo que mueve a que la sociedad actúe, lo que despierta los mejores sentimientos de la gente.
El país donde nacimos y vivimos merece ese periodismo. Un periodismo que solo hacen los buenos reporteros, esos periodistas con mayúsculas.