La novedad de “última moda” que ocupa a los ecuatorianos, es el descubrimiento de falsedades en parte de los 3 millones de firmas de los ciudadanos que deben sufragar en la próxima elección.
El que debía revisar la autenticidad de firmas de adhesión presentadas por organizaciones políticas, es el Consejo Nacional Electoral (CNE).
Tardíamente descubierta la anomalía, los dirigentes prometen solucionar el problema contratando 450 digitadores, quienes han recibido capacitación de apenas 4 horas.
Causó sorpresa que una de las personas cuya firma no le corresponde, es nada menos que el cerebro jurídico de la reforma judicial, Dr. Yávar.
Pero más curioso, que aparezca incluido en el partido Unión Ecuatoriana, el técnico en Documentología, con 45 años de ejercicio profesional, graduado nada menos que en el FBI de los Estados Unidos, mayor (sp) Pacífico de los Reyes Arias. Que a un investigador de su talla le falsifiquen la firma, es la muestra más clamorosa de los extremos a que estamos llegando en el país, donde algunos no respetan nada, ni a nadie; no distinguen lo moral de lo inmoral; confunden el civismo con la percepción fácil de dinero para recoger firmas y justificar su “trabajo” acudiendo a la falsificación. Son personas que buscan dinero sin esfuerzo, igual que los expendedores de cocaína y marihuana; o los ladronzuelos que arrebatan joyas, teléfonos celulares, carteras a cualquier viandante.
La decisión del CNE para solucionar el problema con “grafólogos” y operadores, no cuadra con los requisitos de la Documentología, ciencia que permite determinar las falsificaciones, identificación de tintas, de papeles y plumas. La Grafología –rama de la Psicología experimental- se encarga de estudiar la personalidad del individuo a través de la escritura. Es probable que al hablar de grafólogos, el CNE se refiera a documentólogos. ¿Pero, hay tantos?
El ente oficial admite que con un 40% de similitud entre las firmas cotejadas, se las considere auténticas; pero esta regla se contrapone a los principios generales de la Documentología.
No cabe admitir que en 4 horas de clase preparen a los centenares de operadores encargados de verificar la autenticidad o no de las firmas y rúbricas presentadas por los partidos y movimientos políticos.
La descomposición cívica es notoria. Los “vivarachos” que han contribuido a recolectar firmas, incluyendo falsificadas, talvez no advierten que con lo que han hecho el proceso electoral pierde fe, confianza y legitimidad. Que la gobernabilidad, como resultado, será difícil o imposible.
¿Quién podrá creer en la ofrecida “transparencia”? ¿Cuánto valor darán los ciudadanos a quienes resulten elegidos en estos comicios de tanta importancia?
La figura de un posible fraude electoral tendrá justificación; y la fe en la democracia quedará terminada por mucho tiempo.