Desde hace mucho tiempo la política se ha reducido al reparto. Desde la campaña electoral se reparten los puestos de elección popular, se reparten el dinero público que financia las campañas, se reparte el fondo partidario después de las elecciones y más adelante, los perdedores acorralan al gobernante con peticiones, chantajes y hasta amenazas de destitución. Los políticos son quienes debieran estar más conscientes de las penurias del Estado, sin embargo, son los más exigentes. ¿Qué sentido tiene ganar las elecciones si hay que repartir la República en girones? La respuesta en sencilla y cruel: también los ganadores han llevado su parte.
Nos escandalizó el reparto en las dos décadas anteriores cuando se distribuyeron los hospitales; se repartieron los contratos o, más exactamente, los sobreprecios de los contratos; se repartieron las embajadas y se repartieron las contribuciones especiales para atender a las víctimas de las desgracias. Así ha funcionado desde hace mucho tiempo. Recuerdo que un vicepresidente denunció que el gobierno era obligado a pagar por la aprobación de leyes en el Congreso; fue enjuiciado y destituido el denunciante y nunca les pasó nada a los chantajistas que fungían de diputados.
Los integrantes de la actual Asamblea Nacional se quejan en los medios de comunicación de que nadie del gobierno ha hablado con ellos, despiertan la sospecha de que no es porque tienen ansia de diálogo o interés por conocer la visión del gobierno sino para tener a quién hacer las peticiones. La amenaza de destitución, la investigación de los Pandora Papers y las reticencias para debatir los proyectos del Ejecutivo, no parecen objeciones ideológicas ni preocupación por la penuria de la mayor parte de la población ecuatoriana, sino que se ha puesto en marcha el malvado mecanismo político para obtener espacios de poder y sus ventajas.
Los dirigentes indígenas que ponían condiciones para el diálogo no parecen actuar como líderes compasivos que anhelan representar bien a sus seguidores; si así fuera acudirían, discretamente, con cifras, datos, evidencias y pruebas de las injusticias que soportan, no en tropel a ejercer presión y reclamar victorias políticas.
Dos veces ha superado el país crisis terminales. La primera cuando tuvo que elegir entre la desgracia de la guerra o buscar los beneficios de la paz. El país se unió en favor de la paz. La segunda crisis terminal fue de carácter económico y eligió la dolarización para evitar la quiebra.
Tal vez ha llegado el momento de buscar la unidad para superar una nueva crisis terminal, esta vez política, para mantener la República. Las crisis, por supuesto, no se resuelven de manera espontánea, exigen plantearse entre todos el objetivo y un líder con la visión y la audacia para emprender ese cambio. Los riesgos de la muerte cruzada no asustan tanto como la idea de continuar con el reparto de la República.