El escritor guatemalteco Alfredo Monterroso nos regaló el relato que por mucho tiempo fue considerado el cuento más corto del mundo. Tiene apenas siete palabras: “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Caben muchas interpretaciones de este texto genial, pero la más aceptada es la que concibe a la humanidad despertando y al mal personificado como un dinosaurio. Con propiedad podemos considerar que ese dinosaurio al que encontramos todavía aquí, al despertar de la década ganada, es la corrupción.
Este dinosaurio nuestro es gigantesco, torpe y malvado. Basta considerar el ejercicio que han ensayado algunos economistas calculando en 80 mil millones la obra realizada en la década ganada para, restando los casi 60 mil millones de deuda por pagar, establecer en apenas 20 mil millones las inversiones; muy lejos de los trescientos mil millones que pasaron por sus manos.
Si consideramos casos como la reparación de la refinería de Esmeraldas, obra que fue calculada por la empresa constructora en 180 millones, y terminó costando más de dos mil millones, tenemos que concluir que no se trataba de una refinería, sino de un método para la corrupción.
Si se añade el caso de la refinería de El Aromo en la que se han invertido mil millones para hacer una explanada dotada de agua, tenemos que volver a considerar solamente como un método para la corrupción porque no había proyecto, no había financiamiento y no hay refinería.
Para un grado de corrupción tan descomunal se requiere organización, mecanismos contables y expertos financieros, destinos para el dinero, transporte, reformas legales para recortarle atribuciones al control (recurso que quieren aplicarle al Contralor); hay que contar con abogados, con jueces que condenen como calumniadores a los denunciantes y declaren como maliciosas y temerarias las denuncias de los ciudadanos honestos que señalan casos de corrupción.
Hay quienes dicen que a la gente no le importa el tema de la corrupción (no le importa ningún tema); pero a los políticos ¿les importa?
La corrupción para los políticos es algo diferente; es un modo de llegar y mantenerse en el poder, es un calificativo apropiado para los adversarios, es arma no letal en la lucha política. Ahora están los revolucionarios dándose garrote entre ellos, a puerta cerrada y con las luces apagadas. Se van a matar entre ellos dicen algunos; otros dicen, con sarcasmo, luchan a muerte pero con cuidado, vaya a ser peligroso. El tongo es una forma de corromper la lucha contra la corrupción.
A los espectadores solo les interesa que, cuando caigan dando tumbos, alguien diga quién ha ganado, porque es un juego que carece de reglas. Todo lo demás está a la espera, al fin y al cabo el país acaba de despertar de la década ganada, y acaba de descubrir que el dinosaurio de la corrupción todavía ha estado aquí.