José Velásquez

Renunciar a la Asamblea

La “dignidad” es una puerta de escape tan popular como mediocre. César Rohón y Diego Ordóñez se comprometieron con su electorado a sumar propuestas y a devolverle la valía a una Asamblea desprestigiada. Para nadie era un secreto que en los últimos años se había convertido en un híbrido entre el Triángulo de las Bermudas y la Torre de Babel donde naufragaban las buenas causas en medio de un ruido abrumador. Pero ahí acudieron valientes don César y don Diego, conscientes que batallar bajo la tormenta supone, al menos, mojarse.

Ahora que ya están desembarcados reniegan como si no hubieran sabido a lo que se enfrentaban. Rohón se abrió primero de su partido y después de su curul. En el camino, decidió faltar sin miedo al 15% de las sesiones en las que se requería su voto. Ordóñez se fue renegando por encima del hombro como si sus comentarios misóginos no lo hubieran devaluado. Según el Observatorio Legislativo, ninguno planteó proyectos de ley.

¿Estamos frente al surgimiento de una tendencia? Cuando son candidatos se llenan las sonrisas de baratos membretes como “cambio”, “trabajo” y “honestidad”. No hay nada de honesto en faltar al juramento que hicieron en mayo pasado; tampoco se puede hablar mucho de su esfuerzo ni de una transformación positiva. Al contrario, quien renuncia antepone sus intereses personales a las prioridades del país.

Ecuador no tiene tiempo que perder en personajes con los que no puede contar. Los ecuatorianos adolecemos de muchos defectos pero renunciar no es uno de ellos porque la adversidad ha sido nuestra sombra en este largo trajinar. ¿Qué hubiera sido del Alto Cenepa, del proceso de Paz, del terremoto de Manabí e incluso de las hazañas deportivas si hubiera primado ese espíritu de decepción de los ahora exasambleístas?

Me sorprende el aplauso a la salida “digna” de ese teatro de lo absurdo. No hay ni habrá frente en alto cuando los eligieron para ir a vencer y decidieron salir derrotados por su propia cuenta y antes de tiempo.

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