El Alcalde de South Bend, Indiana, Pete Buttigieg acaba de renunciar a buscar la candidatura del Partido Demócrata para las elecciones de este año en los Estados Unidos porque, dijo, prefiere anteponer los intereses del país y sus ciudadanos a los de él. Los escépticos dirán que no hizo más que reconocer el hecho ineludibe de que es imposible que llegue a ser el candidato de su partido. Pero aun si se reconoce a ese como factor en la decisión de Buttigieg, sigue siendo cierto que la tomó en un momento mucho más oportuno del que habría sido si esperaba e insistía en mantener su candidatura, en desmedro de la necesaria unificación del Partido Demócrata, primero contra el radicalismo del Senador Bernie Sanders, y luego contra Donald Trump.
La decisión de Buttigieg muestra un nivel poco usual de racionalidad y de madurez, contrario a la frecuente tendencia humana a caer en un fenómeno que en sicología social se denomina “entrampamiento”: seguir y seguir en determinado curso negativo, y en extremo catastrófico, porque el orgullo y la defensa de la propia imagen no dejan reconocer que dicho curso fue y/o es equivocado.
El Gobierno del Presidente Lyndon Johnson se entrampó a sí mismo en la Guerra de Vietnam cuando, en 1967, varios altos funcionarios plantearon al Presidente que ya habían muerto demasiados soldados norteamericanos, habían matado a demasiados vietnamitas, laosianos, camboyanos, la sociedad norteamericana estaba profundamente dividida, y que por todo ello era tiempo de retirarse. Del otro lado de la mesa vino la respuesta, ejemplo clásico de entrampamiento: “Justamente por eso no podemos retirarnos: hemos invertido demasiado, y debemos obtener algún beneficio a cambio.”
Exactamente al contrario, el ex Presidente de Bolivia Doctor Víctor Paz Estenssoro, quien exiló a mi padre en 1952 y a quien, en consecuencia, no me une lazo alguno de afecto, reconoció los graves errores de sus previas gestiones, intensamente estatistas, y cuando volvió a candidatizarse a la presidencia en 1984, tomando un rumbo radicalmente diferente, se abrió al pensamiento liberal. “La patria,” dijo, “se está muriendo. Debemos cambiar.” Y a mucha honra, que considero mi deber reconocerle, cambió.
En múltiples contextos de nuestras vidas personales y de nuestra vida común en sociedad surge la posibilidad de que actuemos con sentido honesto y hasta desprendido, como acaba de hacer Buttigieg, y como hizo Paz Estenssoro en 1984. Debemos hacernos dos preguntas fundamentales: “¿Se trata solo de mí, de mi ego, mi orgullo, mi imagen? O puedo contribuir a un bien superior al renunciar a mi propia satisfacción?” ¡Cuántas peleas, molestias, confrontaciones y candidaturas contraproducentes podrían ser evitadas con el simple ejercicio de la madurez y la razón!