Yo siempre había argumentado que esa asociación tan repetida entre “Gobierno, burocracia, Quito y centralismo” era equivocada. Y sigo creyendo que tenía razón. La tenía, ya no la tengo. Un Gobierno encabezado por un guayaquileño ha cambiado las cosas de tal manera que ahora sí vivimos en un régimen centralista que concentra burócratas en la capital.
Hasta 2006, el gasto público en el Ecuador solía ser el 24% del PIB. Es decir, lo que el Estado gastaba equivalía, aproximadamente, a una cuarta parte de lo que el país producía. Hoy, cuando nos gobiernan unos señores convencidos que todo se soluciona aumentando el gasto del Gobierno, esa proporción se ubica en 40%. El Gobierno gasta una cantidad equivalente al 40% de la producción del país.
Y como el PIB ha subido, hoy el Gobierno gasta muchísimo más que hace 4 años. Es cierto que una parte del aumento ha sido en inversión, pero uno de los ítems que más ha crecido son las remuneraciones. En realidad, la burocracia es ahora mucho más numerosa y bastante mejor pagada que antes de este Gobierno. Entre 2006 y 2010, la remuneración promedio de los empleados públicos subió en 45%, mientras que el número total de burócratas pasó, en números redondos, de 300 000 a 400 000.
Y aquí viene lo trágico y centralista. Resulta que el aumento en el número de funcionarios públicos se dio, desproporcionadamente, en Quito. Antes, esta linda ciudad era una de las capitales de provincia con menos burócratas (en términos porcentuales). En los últimos años, el crecimiento ha sido tan grande que las encuestas nos ponen en primer lugar, como lo confirma un estudio de Felipe Hurtado publicado recientemente en Carta Económica de Cordes. Y para empeorar las cosas, los burócratas mejor pagados están en Quito.
Pero esto no fue siempre así. Como ya se dijo, Quito antes tenía pocos burócratas (en términos relativos) y, si bien eran mejor pagados que los burócratas de otras ciudades, tenían ingresos inferiores a los del sector privado. Con la generosidad altiva y soberana que hoy envuelve en un manto solidario a los funcionarios públicos, los capitalinos ganan más que los demás burócratas y más que los empleados privados.
Y esto explica por qué las calles de Quito tienen tantos autos (oficiales y privados), por qué los centros comerciales están llenos y por qué los inmuebles en esta ciudad han subido tanto de precio. En resumen, con más gente bien pagada, en Quito hay más plata para gastar. Pero, desgraciadamente, hay más plata pero no hay más producción.
Se está consumiendo, pero no se está produciendo. Y esa es la base de la burbuja en la que estamos viviendo, una burbuja de consumo que, por ahora, tiene a Quito boyante, pero que cuando reviente, va a golpear más a la capital de la república que al resto del país.