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En el siglo XXI las relaciones humanas se han tornado peligrosamente individualistas. Cada vez es más evidente la ausencia de diálogo entre las personas. El vertiginoso avance de la tecnología es en gran parte responsable de esta desconexión que vivimos en la nueva era de la portabilidad.
La imagen cotidiana de personas que van por la vida con la cabeza inclinada y la vista fija en sus dispositivos electrónicos, sin regresar a ver a los demás, sin hablar, sin interactuar de ninguna forma, hoy es tan normal como desoladora.
La inteligencia artificial, digital y transportable es en esta época la piedra angular de la globalización. El mundo empresarial, los negocios, las transmisiones de datos, noticias, eventos sociales, deportivos, culturales, etcétera, están al alcance de la mano, literalmente, en un dispositivo móvil. La tecnología en este sentido ha ayudado a reducir las distancias al mínimo y hacer de este planeta un lugar más pequeño. Sin embargo, nuestros vínculos sociales se han visto notoriamente afectados por el violento desarrollo de la ciencia.
Por ejemplo, la configuración cerebral de las generaciones nacidas en esta era es muy distinta a la de las anteriores. Hoy un niño es capaz de leer y comprender fácilmente un texto de 140 caracteres, pero con un párrafo mayor o con varias páginas ya tiene dificultades de concentración y comprensión. Esto se produce porque su cerebro trabaja demasiado tiempo encajonado por la estructura limitada a los caracteres predeterminados por las aplicaciones de mayor uso. De allí que inculcar el hábito diario de la lectura resulte todavía más importante en la educación actual que en décadas anteriores.
En las relaciones personales sucede lo mismo. Nos hemos acostumbrado a tratar con otras personas a través de caracteres tipográficos en lugar de hacerlo de modo presencial. Hoy resulta más fácil contar cualquier trivialidad, enviar un chiste o comentar un hecho de actualidad a través del teléfono o del computador que hacerlo en un bar, en el comedor de casa, en una reunión social o en un café. Uno de los ejemplos más claros de lo que está pasando en las relaciones personales es el incremento estadístico del sexo virtual, algo impensable para las generaciones anteriores y muy frecuente hoy, especialmente entre los jóvenes cibernautas.
Vivimos una época en que los aparatos electrónicos y de manera especial las redes sociales se interponen de forma peligrosa en nuestras relaciones personales. Por esta razón, cada vez que tenga algo que decir piense si no sería mejor hacerlo mirándose a los ojos, sonriendo a quien está enfrente, percibiendo su reacción corporal, cerrando una charla con un apretón de manos, un beso o un abrazo; y, si de todas formas siente que algo se quebró luego de aquel encuentro real, piense que ninguna despedida resultaría más triste y desconcertante que la de una pantalla estática y silenciosa en la que se queden flotando para siempre dos vistos azules.