Con la llegada de la pos modernidad y de la sociedad de masas, parece haber caducado la cortesía. Con la vigencia del “democratismo” –esa perversión de la democracia auténtica, transformada en actitud osada y soberbia-, los modales quedaron en el desván y, en su lugar, prosperan la grosería, la acción directa, las caras hoscas y los gestos agrios. La fama se confunde con el desplante. Cada sujeto hace ostentación de su mínima parcela de poder, mete el codazo al vecino y se arregla a su modo, sin respeto a los demás.
La cortesía, sin embargo, ni es herencia de sociedades pacatas, ni es invención de los señorones de coctel. Es –más bien, era- síntoma de civilización, expresión de consideración al vecino, modo de ser que partía de la valoración del otro y del reconocimiento de sus derechos, es decir, de un conjunto de principios implícitos, pero vigentes, que hacían posible una vida cotidiana razonable, basada en la tolerancia, más allá de los escasos desplantes de los “infaltables” que, desde siempre, han confundido arrogancia y griterío con importancia y poder; infaltables que quedaban marcados como seres a quienes la civilidad no les llegó.
Lo grave es que aquellos raros “infaltables” de antes, ahora son legión y, como tal, ejercen sin piedad la descortesía, expropian los espacios públicos para estacionar el todo terreno, a vista y paciencia de los gendarmes que no se atreven a chistar; conducen buses o autos de lujos bajo la consigna, o la convicción, de que hay de aplastar al que se ponga delante, o al menos, de que hay que espantarle con el pito a quien se atreva frente a su prisa o a su arrogancia. El vehículo es instrumento para hacer valer la inflada personalidad de ese hombre masa, que ahora es símbolo y síntoma de los nuevos tiempos.
Pero la cortesía no fue abolida solamente del tráfico, que es el reino de los bárbaros. Ha llegado a los más inesperados espacios, y es común sentir su ausencia en el trato profesional, en la olímpica urgencia del ejecutivo, en el gruñido del empleado que atiende en su mejor estilo desde la ventanilla, en la disparatada exhibición que se hace en la red de los eventos más nimios; en los comentarios, abreviados y todo, de twiter, donde se aniquila a la sensatez y a la ortografía. Está en la general degradación del trato a mujeres y viejos o a personas de cualquier signo que se cruzan en el camino.
¿La abolición de la cortesía es síntoma de progreso?, o es evidencia de la regresión a épocas en que las formas y los modos, la gentileza y el respeto aún no se habían inventado? El hecho es que la sociedad, que ha crecido en forma asombrosa, que está híper conectada e informada, y que ha viajado como nunca, sin embargo, en materia de cortesía ha inaugurado el tiempo de una nueva y agresiva rusticidad.