Reírse

Les confieso que no estoy dotado de facilidad para reír. En mi caso, predomina más bien la austeridad, pero no dejo de compartir alegrías y ocurrencias aunque fuese con una discreta sonrisa. Admiro, por eso mismo, a la gente que tiene la suficiente inteligencia emocional y la simpatía a flor de piel para convocar a la risa en el momento oportuno, para hacerlo con la elegancia y la desenvoltura que desarman a cualquiera, que rompen hielos y anulan caras fruncidas, que ponen en ridículo a esas solemnidades de pacotilla que rodean a tantos fatuos y a tantos poderosos.

La risa es talento humano y, como decía esa vieja columna de Selecciones del Readers Digest, es “remedio infalible”. La risa apela a la fiesta, rememora a la máscara, evoca a la alegría. La risa, sin embargo, es habilidad que, si no se ejerce con inteligencia y tacto, incurre con facilidad en la grosería; entre la carcajada y la chacota no hay sino un paso. La broma, el chiste, entrañables compañeros de la risa, pueden convertirse en recursos que derivan en burla, cuando no en sarcasmo o en insulto. En esos temas, la línea gris es muy leve, como lo es la que limita la solemnidad de la cursilería, y el discurso de la ramplonería.

Tiempo de risas son los días de inocentes y de fin de año. Época de fiesta, petardos y años viejos, que marca un paréntesis en la rutina, que impone archivar momentáneamente formalidades y rigores, atreverse con las jerarquías, romper los mitos almidonados de las falsas importancias y, tras la má scara, o a cara limpia, soltar las amarras de la broma, intentar un paso de baile, aplaudir sin compromiso, quemar con el monigote a todos los males, disparar la camareta rumbo al cielo. Y elevar la copa de champán en esa camaradería sin cálculos que une a las familias que todavía se reúnen para hacer ese acto de esperanza que cuaja en el abrazo de la medianoche.

En estos días, la risa es el argumento; la máscara es la fortaleza, y el disfraz es el traje que suplanta a la chaqueta y la corbata. Desde ellos, o con ellos, la perspectiva es distinta. La óptica festiva permite ver las cosas de otro modo; bajo su enfoque, las desvergüenzas aparecen en su íntegra verdad, las simulaciones quedan expuestas en su sinuosa malicia; y la maldad emerge en su evidencia. Las pequeñas estaturas, sometidas a la broma, inermes frente a la risa, aparecen en toda su enana dimensión, sin los tacones de la apariencia, sin las ínfulas de la grandeza. Entonces, son lo que son.

Inocentes y Año Nuevo son espacios que nos damos para reír, olvidar algunas convenciones, dejar de lado circunstanciales reverencias, decir algún chiste y afirmar así la libertad, porque lo último que podría ocurrir, para clausurar la humanidad, sería prohibir máscaras y festejos, o domesticar la risa, como ya hicieron con el aplauso… es que la risa también puede ser subversiva.

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