La ya legendaria canción de Paul Simon y Art Garfunkel, “Puente sobre aguas turbulentas”, podría haber ilustrado el resultado del referéndum, si el Reino Unido hubiese tomado la decisión de continuar como miembro de la Unión Europea, ya que, al fin y al cabo, aún con un tratamiento ad-hoc los británicos se hubiesen mantenidos conectados con una integración de Europa a la que, actualmente, azotan las aguas turbulentas de una crisis de múltiples caras.
Al haber decidido el abandono de la Unión Europea, tras 43 años de pertenencia, es evidente que las aguas tienen una turbulencia aún mayor para el Reino Unido, para Europa, también para Occidente. Bien es verdad, que ha sido este el segundo referéndum en el que el pueblo británico opina sobre su permanencia en la Unión Europea. El anterior se celebró en 1975. Es cierto, también, que desde su adhesión, en 1973, el Reino Unido ha sido una especie de miembro díscolo que siempre ha querido hacer notar hasta donde estaba dispuesto a ceder soberanía a favor de una construcción de Europa más profunda.
Inicialmente, el Reino Unido impulsó la Asociación Europea de Librecambio. Sin embargo, viendo que a los pocos años desde la creación de la Comunidad Económica Europea, a través del Tratado de Roma de 1957, sus seis países fundadores experimentaban un muy positivo crecimiento, superior al de los Estados Unidos, mientras la economía británica continuaba desacelerándose, decidió solicitar su adhesión a la misma en 1961.
Por dos veces, De Gaulle, entonces presidente de Francia, vetó la adhesión, ya que percibía al Reino Unido como un apéndice norteamericano, sin una clara vocación europea. Cuando se le preguntó por que no veía al Reino Unido dentro del proceso de integración europea, respondió que “las islas británicas son unas islas y, cada uno de los británicos, una isla en sí mismos”. De Gaulle oponía la visión continental de Europa a la aproximación atlántica británica. Tanto fue así que, sólo tras su salida de la presidencia de la república en 1969, pudo el Reino Unido negociar una adhesión, efectiva el 1 de enero de 1973, gracias al cambio de enfoque de Georges Pompidou, sucesor del general de Gaulle.
Desde el primer día de su adhesión, el Reino Unido ha intentado mantener su peculiar visión del working together en la Unión Europea. Con este referéndum, de consecuencias internas –tanto cualitativas, como cuantitativas– para el Reino Unido, difíciles de estimar todavía a medio y largo plazo, aunque muy visibles en lo inmediato. Se puede impulsar un proceso de diversificación y descomposición que lo hagan menos unido y, de no actuar la Unión Europea con la consiguiente celeridad y claridad de ideas para convertir un riesgo cierto en una oportunidad de mayor cohesión interna, podría afectar muy seriamente al futuro del proyecto integrador de Europa.