“Homo homini lupus” El antiquísimo aforismo latino emitido por el comediógrafo Plauto (250-184 a. de C) hace referencia a que el estado natural del hombre es la lucha continua contra su prójimo.
El ser humano, desde que hizo presencia en el planeta, buscó supremacía y poder esforzándose por vencer en la cacería, en la lucha y en la guerra, con la utilización de los elementos más contundentes que sus capacidades intelectual y manual podían crear; en los albores, mazos y garrotes hasta alcanzar, a través de la evolución y del inconmensurable desarrollo científico, la invención de armas cada vez más complejas y letales, que convierten al enfrentamiento individual de la etapa de las cavernas, en acciones demoledoras de destrucción masiva de los seres vivos.
“El lobo salvaje”, oculto en el ser íntimo, está presto a ejecutar atrocidades: provocar guerras y revoluciones; esclavizar a sus semejantes; apropiarse en forma indebida de los bienes ajenos; estimular secuestros, asesinatos, destierros, no tolerar pensamientos, filosofías y políticas diferentes, utilizar la economía en su beneficio y destruir, la de las mayorías destinándolas a vivir con hambre y desprotegidas de medicinas y de elementos de urgente necesidad. Así se han originado innumerables migraciones masivas, seres anhelantes de llegar a otros lares donde encuentren mejores condiciones de vida, pese a que esa búsqueda está repleta de riesgos y peligros, pues en unos casos tienen que atravesar mares en embarcaciones inadecuadas y en otros, territorios completos caminando en grupos ateridos de frío, sin alimentos, ni abrigos, llevando a cuestas enceres, dolor y añoranzas de todo lo que han dejado en su terruño. Todos los continentes han atestiguado la presencia de innumerables olas migratorias a lo largo de la historia y el fenómeno subsiste. En Europa doce países estudian la mejor solución para la constante y multitudinaria migración de desplazados del norte de África, de Irán, de Siria y Eritrea. Costa Rica ha recibido sorpresivamente a miles de nicaragüenses que huyen de la sanguinaria dictadura de la familia Ortega.
Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Brasil son los países más afectados de la diáspora venezolana, consecuencia clara de la gestión irresponsable, incapaz y delictuosa de gobiernos que, por anteponer sus intereses mezquinos a los de la población, malgastaron el petróleo y sus abundantes reservas y transformaron a la, hace pocos años, quinta economía mundial, a la de un país destruido y pobre, en un paladino ejemplo de cómo las malas entrañas de dirigentes inconscientes pueden llevar a su pueblo, de la bonanza a la miseria.
Latinoamérica debe unirse para, en actitud solidaria, coordinar el tratamiento adecuado a los, valientes y obligados nómadas, y a tratar de detener la tragedia venezolana.