Desarraigar la corrupción

Dolor, indignación y angustiosa impotencia embargan las almas de la gran mayoría de ecuatorianos: coimas, obras sobrevaloradas con enormes sobreprecios, mal construidas, desproporcionadas, leyes orientadas a cubrir los atracos y levantar escudos de impunidad.

Coexiste una minoría de compatriotas que se resiste a aceptar las evidencias de los colosales fraudes. Unos cándidos atribuyen las denuncias a persecución política del nuevo régimen, otros que obtuvieron prebendas, en el anterior gobierno, exponen justificaciones repletas de un fanatismo enfermizo.

El prestigio nacional y la severa crisis económica y moral que ahoga al país, son imperativos para que los gobernantes actuales ejecuten acciones para recuperar la mayor cantidad del dinero sustraído en la época delictiva. Niños de 8, nueve y 10 años, hoy son jóvenes de 18, 19 y 20, ha transcurrido una década, durante la cual escucharon reiteradamente que el gobierno trabajaba con “manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes”, pero injuriaba a la prensa, a las organizaciones gremiales (médicos, militares, profesores, indígenas), a los diplomáticos de carrera (momias cocteleras), a los analistas políticos de radio y televisión, en fin a todo individuo u organización con capacidad crítica a la gestión dolosa gubernamental.

Todo este conglomerado juvenil inocente y sano creció en el medio político enrarecido en que el líder “modelo” defendía públicamente y visitaba en la cárcel a funcionarios que delinquían, organizaba fiestas de respaldo a personajes que falsificaban títulos y se enriquecían fraudulentamente, y mediante sofismas justificaba adquisiciones de aviones para su uso personal y minimizaba públicamente los gastos excesivos en nutridas caravanas, en fastuosas reuniones y francachelas en el Palacio y en fastuosos contratos con familiares y amigos. Se burló de las personas maduras, sin valorar su experiencia o capacidad, incrementó el número de empleados públicos, incluyó en la nómina a muchos extranjeros con remuneraciones muy elevadas para acrecentar respaldo a su nefasta gestión.

La juventud creció envuelta en falsos valores: mentira, prepotencia, injurias, gasto excesivo y deshonestidad, adornados con incansable y ágil verborrea. Desaparecieron las lecciones de moralidad y buenos ejemplos.

Hoy contemplamos absortos como, sin ningún remilgo, a pesar del desprestigio que este grupo ha cultivado, exhibe el deseo desesperado de volver a captar posiciones de mando, a través de procesos electorales, inscribiéndose en un partido, cuyo dirigente máximo está enjuiciado por corrupción.

Urge enarbolar el pendón de la corrección y dignificar a la patria con el rescate y la enseñanza permanente de la ética y la honradez a la juventud y al conglomerado social ecuatoriano. Debemos desarraigar la corrupción.

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