En octubre de 1999, exasperada por las páginas de los diarios llenas de noticias relacionadas con las medidas de las reinas de belleza de los departamentos colombianos, envié a El Tiempo lo que sería mi primera columna editorial. Si recuerdo hoy esto, ad portas del Reinado de Belleza de Cartagena, es porque no puedo dejar de notar grandes cambios en la percepción de este evento. Recuerdo muy bien que, cuando llegué a Colombia, hace 45 años, seis meses antes del certamen varias páginas de los diarios se ocupaban exclusivamente de las medidas del busto y de la cintura de estas mujeres, que se prestaban a dejarse medir tal cual ganado para una feria. Estos acontecimientos revestían una importancia que a menudo opacaba las noticias del acontecer político.
Saber que la señorita Antioquia, digamos, estudiaba Psicología o Comunicación Social, medía 1 metro con 70 y su busto, 61 centímetros, se convertía en un acontecimiento nacional. Nos contaban su vida, nos aseguraban, o más exactamente nos dejaban entender, que era virgen y que su papá estaba feliz de tener una hija tan bella, que de pronto iba a poder casarse bien, es decir, con el hijo del Gobernador o de un finquero rico – hablo del año 1967-.
Y sí, las cosas han cambiado. Porque si, para entonces, las noticias señoriales ocupaban cuatro páginas completas en los diarios, en el momento de mi primera columna, en 1999, se habían reducido ya a una o dos páginas interiores, eso sí, impregnadas por la estética mafiosa al estilo de ‘Sin tetas no hay paraíso’, que se tradujo en cirugías estéticas que cambiaban narices, bocas, traseros y bustos a estas niñas-mujeres que se dejaban manosear. En efecto, en el momento de mi primera columna, casi todas las candidatas se habían vuelto muñecas siliconadas e intervenidas, tan iguales entre sí y dispuestas a asumir esta insoportable fragmentación de su ser como persona integral. Y hoy, finalizando octubre, y tal vez aparte de la Revista Cromos, que leo solamente cuando voy a la peluquería, no sé nada de las reinas de belleza, ni de si llegaron o están por llegar a Cartagena. Y si esto es así, es tal vez porque el acontecimiento está tomando el lugar que merece, es decir, el de un simple evento más en las fiestas novembrinas de la Heroica, que en últimas no ha sabido adaptarse a las imágenes y códigos de la belleza contemporánea, ni a las nuevas referencias estéticas movilizadas por las redes sociales.
Dichas propuestas no son radicalmente diferentes de las anteriores, sino simplemente menos provincianas que las de un evento estancado en representaciones trasnochadas de la feminidad y de lo que significa ser mujer hoy. Esta decadencia del certamen cartagenero no representa, tal como lo hubiéramos soñado, un indicador positivo de modernidad y desarrollo del país.