La nueva administración municipal se ha propuesto tratar de poner algo de orden en el caos vehicular que impera en la capital. Es imprescindible, si no se quiere que en poco tiempo el desorden desatado se transforme en una anarquía total.
Es de imaginar que especialistas en la materia estarán tomando cartas en el asunto, pero cualquier esfuerzo por encomiable que sea se convertirá en un fracaso si no cambian las costumbres de los conductores.
Se ha empezado por tratar de imponer un mayor control en el uso exclusivo de los carriles destinados al trolebús, invocando a no invadir la vía a todo aquel que se cree con mayores derechos que el ciudadano común. Quizá la sola persuasión no funcione y será necesario ser más estrictos al momento de poner las sanciones. Pero se darán modos para incumplir la norma.
Probablemente más efectivo sería que, de tanto en tanto, la administración municipal informe los nombres o las entidades a los que pertenecen los vehículos de los que invaden la vía, puesto que identificar a los infractores a través de las cámaras de televisión instaladas resulta tarea sencilla.
Al menos se sabría quienes en forma reiterativa son proclives a violentar las normas.
El otro gran problema es la ausencia de agentes de tránsito en diversos lugares de la urbe. A determinadas horas, principalmente en las que se incrementa el flujo del tránsito, avizorar a una persona que trate de poner orden es imposible. Ahí es el momento en que el sentido común se ausenta en los conductores.
Muchas veces las prisas les hacen cometer el absurdo de, por querer avanzar pocos metros, taponan calles obstruyendo el paso de los que circulan en diferente sentido. Son en esos momentos en los que se requiere su presencia, no cuando la mayoría de conductores por sus horarios de oficina están en sus escritorios.
También es una práctica muy común que, choferes casuales, esposos, esposas, hijos, hijas, abuelitos, amigos, etc., esperen con el auto parado obstruyendo el tránsito, mostrando la más absoluta indolencia e irrespeto en contra del resto de ciudadanos. Son incapaces de parquear el auto y caminar unos metros.
Esta actitud simplemente raya en lo absurdo. Qué decir de los proveedores, que paran sus camiones en frente de tiendas y almacenes para descargar mercaderías en horas que las demás personas necesitan desplazarse. Si se busca un agente de tránsito para que exija que se movilicen no aparecen por ningún lado. Queda para los temerarios hacer algún reclamo a los infractores que, en el mejor de los casos, se llevan un insulto.
Se necesitan construir más parqueaderos públicos. Si escasean los recursos municipales hay que abrir la posibilidad que estos se edifiquen con la participación de la empresa privada.
La supuesta cordialidad de la que gozaba esta ciudad poco a poco va desapareciendo, entre otras causas por la violación sistemática de normas elementales de conducta, que tienen por objetivo principal el respeto al otro. La amabilidad va quedando para el recuerdo.