El Municipio de Quito debería emitir una ordenanza que regule la quema de años viejos.
Asumo que no existe un documento como ese porque invariablemente, año tras año, la ciudad despierta cada 1 de enero atestada de escombros humeantes que ensucian por semanas las calles y parques, contaminan la atmósfera, dañan las veredas y el pavimento e impiden la circulación de automóviles y personas.
Quienes todavía vivimos en Quito –y no en los valles aledaños– sufrimos con mayor intensidad este problema. Es que en una calle donde antes había 10 casas y 10 familias, ahora seguramente hay cinco edificios que albergan a un total de 50 familias, como mínimo.
Entonces, lo que hace 15 o 20 años era un ejercicio lúdico –quemar un monigote y saltar por encima de las llamas– practicado por pocos habitantes en una calle, ahora corre el riesgo de convertirse en un atentado a la propiedad pública, a la seguridad de las personas y al medioambiente porque en una misma área se encienden muchísimas más fogatas.
La confección y quema de años viejos es una tradición que no debe perderse porque está llena de hondos significados y forma parte de nuestra cultura. Pero para que esa costumbre continúe vigente y siga evocando grandes recuerdos entre quienes la practican tiene, necesariamente, que ajustarse a la nueva realidad social y urbana de Quito.
Concretamente, propongo que el Municipio defina una serie de sitios específicos donde las familias de cada barrio puedan quemar sus años viejos.
En otras palabras, la Alcaldía –o la instancia que corresponda– debería prohibir terminantemente que puedan encenderse hogueras en las calles.
En aquellos sitios especialmente designados, el Municipio también debería instalar contenedores para que los vecinos del lugar puedan depositar los restos de la hoguera que encendieron. En otras palabras, la autoridad correspondiente debería ordenar que ningún fuego sea abandonado y que sus autores dejen el sitio totalmente limpio.
Con una ordenanza como aquella, los habitantes de Quito tendremos la oportunidad de seguir cultivando esta costumbre tan propia, pero esta vez de manera más ordenada y respetuosa con el entorno.
Una medida como la mencionada puede producir beneficios adicionales al ámbito del orden, la seguridad y el cuidado del medioambiente.
Creo, por ejemplo, que una ordenanza de esas características podría promover la amistad entre los miembros de un vecindario, porque podrán celebrar juntos fechas tan significativas como la terminación de un año.
Más allá de la validez de este último argumento, me parece evidente que el aumento de la densidad demográfica en los barrios de la ciudad le obliga a la autoridad a emitir una regulación como la aquí señalada.