Durante los dos últimos años, el Ecuador ha sido un país sin servicio público de correos. El cierre de la empresa postal no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana, sino el resultado de la acumulación de gestiones deficientes que, desde 2013, produjeron una constante y pronunciada caída de las piezas postales despachadas y, con ello, de los ingresos operacionales.
No fue, como por ahí se decía, un fracaso del gobierno que cerró la empresa, ni una marcha atrás en la supuestamente exitosa política de fortalecimiento del Estado del gobierno de la Revolución Ciudadana. Correos del Ecuador empezó a morir en pleno auge del correísmo.
Matar lentamente una empresa pública es una forma solapada, y por eso despreciable, de privatización. El gobierno de Correa lo hizo con éxito en el caso de Correos del Ecuador, y dejó el muerto a quien lo reemplazó en la presidencia. Durante los últimos dos años, solo empresas privadas prestan el servicio postal en el Ecuador; gran cantidad de envíos desde el exterior no pueden hacerse, porque no hay un correo oficial que los reciba en nuestro país.
Parece, sin embargo, que vamos en camino de volver a tener correo. Con tropiezos y dificultades, derivados de una pesada herencia (hay, por ejemplo, deudas que pagar para poder contratar el transporte de cartas y paquetes), ha venido trabajando una nueva empresa, Servicios Postales que, al parecer, pronto empezará enviar y recibir correspondencia, aunque forma limitada, para ir ampliándose paulatinamente.
El pasado 28 de julio se realizó un acto simbólico que apunta en esa dirección. En conjunto con el servicio postal mexicano, la empresa ecuatoriana emitió, por primera vez en más de dos años, una estampilla de correos que, junto con la similar de México, rinde homenaje a dos heroínas de la independencia, la quiteña Manuela Sáenz y la mexicana Leona Vicario. La recuperación llevará tiempo, esperamos que se consiga.