‘No hay otro lugar: siempre el mismo puerto terreno / Y no hay barco que te arranque a ti mismo: / Ah, ¿no comprendes que al arruinar tu vida en este sitio / la malograste en cualquier parte de este mundo?’
Escapar. Irnos. Vivir en otro lugar y en otro tiempo, si no estamos viviendo ya interminablemente en él, a manera de una esperanza vuelta hacia el pasado. ¿Cómo saber si vivimos el tiempo que nos ha tocado? ¿Quién nos confirmará que hemos sido fieles a sus acontecimientos, a sus alegrías y dolores, a la gente y su compañía, a los amigos que fueron y se pierden, a los que se perdieron y vuelven, a los que ya no están? ¿Quién garantiza que fuimos lo que debimos ser y que seremos lo que ni soñamos?
Hace cerca de treinta años, en búsqueda feliz por entender mejor el devenir de mi patria y del mundo, un amigo querido, presente y definitivo en los días que corren para la patria, me regaló una copia anillada de los poemas de Konstantino Kavafis, a quien pertenecen las bellas y luminosas palabras que inician este escrito, traducidas del griego en Alianza Editorial por José María Álvarez, poeta, ensayista y novelista español; palabras que señalan mucho de lo que, sin saberlo, estaba en el corazón: No hay otro lugar ni otro tiempo, los dos convergen en nosotros; no volverá lo que perdimos ni se detendrá la sucesión… ¿Permitiremos que se manifieste lo que queda por conquistarse dentro y fuera, o seremos vencidos por el agobio de esta carga, de las ausencias de cuanto amamos y perdimos?…
‘Cada esfuerzo mío es una condena y muere mi corazón, lo mismo que mis pensamientos, en esta desolada languidez’, sigue el poeta. Y esta Navidad me trajo, como a propósito, estas palabras que necesitaba en la nostalgia de muchos esfuerzos inútiles y la melancolía que ya tapiza el corazón. El milagroso don no provino de nadie que me conociera a profundidad, de quien sufriera mis silencios y tolerara mi dejadez, sino de alguien de más allá que, a fuerza de intuición y bondad, logró penetrar en mi necesidad de lo otro y de la poesía, y me entregó nuevamente a Kavafis, en bellísima edición, traducido por Pedro Bádenas de la Peña, filólogo, poemas que, a manera de dictado de irremediable belleza, me conquistan con su veracidad y sus silencios: ‘No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares, / La ciudad te seguirá. /Vagarás por las mismas calles. / Y en los mismos barrios envejecerás / Entre las mismas paredes irás encaneciendo, / pues la ciudad siempre es la misma. / No busques otra. / Para otra tierra –no lo esperes- / no tienes barco, no hay camino. / Como arruinaste aquí tu vida, / en este pequeño rincón, / así en toda la tierra la destruiste.
Ninguna oportunidad perdida volverá a mostrarme su rostro… La verdad que duele es una conquista y el dolor, una especie de triunfo, estuvimos hechos para la persistencia y la inutilidad. Gracias, querida amiga, por Kavafis, por su hermosa palabra, por su don…
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