Si reuniésemos los refranes que Sancho hilvana, en lo cual, burla burlando, Don Quijote no le va a la zaga, tendríamos a mano inagotable cantera de sabiduría popular, condensación de siglos que vamos olvidando. Aventurémonos en esta síntesis de bondad y malicia, de ternura y reciedumbre, no de curiosidades ni antiguallas, pues el refrán resume cuanto hemos de recordar para actuar humanamente.
“¡Ánimo, buen amo, que buen corazón quebranta mala ventura!”: ¿a quién no le anima y alienta esta maravilla de espontaneidad y saber? “Pon lo tuyo en consejo y unos dirán que es blanco, y otros, que es negro”: si pedimos opinión sobre nuestras preocupaciones, no encontraremos acuerdo en ningún consejo ni concejo; ¿será mejor reservar nuestras dudas a la piedad del tiempo y del olvido? Como “sobre gustos no hay nada escrito”, no nos asombremos ante los caprichos de la moda que pone hoy al borde del ridículo lo que otra vez fue el súmmum de la estética.
“Un asno cargado de oro sube ligero por una montaña”. ¡Dígannos a nosotros, que contemplamos asnos que con ligero paso brotan, bajan, suben cargados de oro, a quienes la codicia de dinero quitó toda noción de deber y servicio! “A Dios rogando, y con el mazo dando”: pedir algo a la misericordia de Dios no nos exime de esforzarnos para conseguirlo. “Más vale un ‘toma’ que dos ‘te daré’: el don inmediato es más eficaz que todas las promesas. “No son todos los tiempos, unos”: seres humanos y circunstancias cambian y es bueno preverlo: no contaremos siempre con lo que contamos hoy.
Sancho, a las puertas de ser gobernador, escribe a su mujer Teresa Panza: “…a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores van con este mesmo deseo”. Él sabía, y lo probó con su comportamiento, que este ‘grandísimo deseo’ no debía perjudicar a sus gobernados, y salió de la gobernación de la ínsula sin un real, “sino molido y quebrantado” como ojalá salieran los nuestros, para que no les entre el ansia de la repetición.
“El buen gobernador, la pierna quebrada y en casa”; con este dicho alude Sancho al antiguo refrán: “Mujer honrada, la pierna quebrada y en casa”. Una acepción de quebrar ayuda a comprender el refrán: ‘templar, suavizar o moderar la fuerza y el rigor de una cosa’. El gobernador al cual Sancho lo aplica, ha de moderar el deseo de ir y venir. ¡Qué bien vendría esta reflexión a nuestros gobernantes, tan viajeros, ellos, que van por los caminos arreglando el mundo sin saber qué hacerse en el pequeño recodo de un sillón silencioso; como lo primero que se aprende en ese estilo de vida es a no tener un instante para pensar, ninguno sabe qué hacer consigo mismo.
(Quede el y/o del título en testimonio de nuestra contemporaneidad con la sandez y/o la necedad en que vivimos y escribimos).