Después de casi nueve años de gobierno y el evidente desgaste en la administración del país, las reformas constitucionales que el oficialismo se desespera por aprobar en la Asamblea para no abandonar el disfrute del poder, aprovechando la mayoría absoluta de votos y a las espaldas del pueblo, va a resultar cuesta arriba, aun cuando pretendan maquillar las mismas.
Las reformas no se imponen a pretexto del discurso de que son muchos más. En una sociedad democrática se construyen consensos. Lastimosamente, en la actualidad han aprendido los malos ejemplos de administraciones fracasadas como la venezolana, pero no de países aliados a los que se ha recurrido para pedir créditos y fomentar alianzas en la ejecución de grandes proyectos.
El caso de la República Popular de China y la construcción de centrales hidroeléctricas.
Cuando se observa in situ la experiencia de China se comprueba la madurez para impulsar el desarrollo armónico de su país, sin dogmas ni confrontaciones, pero sí en favor del bienestar común de su pueblo.
Se habla menos y se trabaja más. Pese a la hegemonía del partido gobernante, el pragmatismo les lleva a impulsar el sueño de la paz, el desarrollo, la cooperación y el ganar-ganar. Lo hacen laborando intensamente y no con discursos reiterativos para mantener atrapado al electorado.
En lugar de vivir injuriando y vilipendiando al que disiente y critica, el actual líder chino ysecretario general del partido que gobierna, Xi Jinping, en uno de sus discursos decía que se tiene que pensar en qué ideas se debe encontrar puntos comunes para lograr un consenso.
Es decir, buscar el común denominador y convertirlo en el punto focal de la reforma y la apertura y con ello obtener el doble de resultados con la mitad de esfuerzos.
La construcción del bien común les lleva al éxito por la apertura económica y comercial que tiene China, con respeto al sector productivo privado y confianza con reglas de juego que se mantienen, sin sectarismos por más diferencias políticas que existan.
No se preocupan de la confrontación ni cómo destruir al contrario sino que, como país que se encuentra entre los más grandes del mundo, pese a su enorme Producto Interno Bruto mantiene aún problemas de desigualdades, pero trabaja sin menoscabar a los que tienen sino fortaleciendo de abajo hacia arriba para reducir la pobreza que subsiste.
No se elimina ni se soslaya a la gente de experiencia sino que se impulsa a la juventud para que empuje a los de adelante y se avance en los procesos de desarrollo.
La experiencia china sirve para valorar cuán equivocados se ubican aquellos que pretenden imponer a la fuerza una reforma política para beneficiarse, con discursos contradictorios entre lo que dijeron los mismos actores en Montecristi 2008 y lo que hoy sostienen, a espaldas del pueblo que debiera ser consultado en las urnas. El Ecuador del 2015 no es el mismo del 2007.