La elección de Jorge Mario Bergoglio como papa fue para muchos una bendición. Luego de décadas de predominio de las posturas más reaccionarias, llegó a la sede pontificia un hombre que quiere recobrar la misión profundamente humana de la Iglesia.
Es latinoamericano, jesuita, de antecedentes pastorales, radicalmente sencillo y espontáneo, con sentido del humor, y hasta adoptó el nombre de Francisco, símbolo tradicional de la pobreza.
Desde el inicio, el papa Francisco dio signos de cambio. Se negó a usar los vestidos tradicionales de pontífice y dio un discurso informal.
Usa un anillo barato, se viste con sencillez, resolvió vivir en una casa de huéspedes dentro del Vaticano en vez del Palacio Apostólico, rompe el protocolo para acercarse a la gente, dice cosas “imprudentes” como que los curas están obligados a bautizar a hijos de madres solteras o padres divorciados.
El Papa nombró una comisión para asesorarle en la reforma de la curia vaticana y todavía se esperan cambios de fondo.
Verdad es que Paulo VI hizo varias renovaciones importantes, pero, más allá de los gestos, por cierto bienvenidos, más cambios son realmente necesarios.
No se puede dirigir una comunidad cristiana extendida por todo el mundo con una burocracia anacrónica, una corte absolutista del siglo XVII, en la que tienen fuerte influencia sectas fundamentalistas de extrema derecha favorecidas por los dos últimos papas.
No se trata de que la Iglesia pase a dirigirse como una multinacional o una federación internacional sindical, o que hayan elecciones democráticas y universales de obispos y hasta de Papa.
Lo que se podría esperar es que se den pasos adelante en las reformas y el espíritu del Concilio Ecuménico Vaticano II, que hizo soplar aires de colegialidad, de sentido pastoral y de inserción en el mundo, detenidos por la avalancha reaccionaria de los papas recientes.
Ya se anunciaron cambios en el grupo de cardenales que dirigen el banco vaticano, centro de reiterados escándalos.
Pero también se espera una renovación del manejo de los “dicasterios” vaticanos, reunión periódica del Sínodo con decisiones obligatorias, mayor capacidad de acción de los episcopados nacionales, investigación, transparencia y sanción de los casos de pedofilia de sacerdotes, posibilidad de que los curas puedan ser casados (los del rito católico oriental pueden serlo desde hace siglos), ordenación de mujeres para mejorar el servicio pastoral, una nueva y más humana, es decir cristiana, visión de la familia en el mundo que vivimos.
Este es un buen Papa. No cabe duda.
Ya sabemos que es doctrinariamente más bien conservador. Pero podemos esperar que su espíritu y su tendencia pastoral, así como su sentido humano, le permitan hacer una efectiva y radical reforma de la Iglesia y su gobierno.