Vieja tentación del poder ha sido aquella de propiciar la reforma de las costumbres. Actitud misionera, vocación de conversos de la que han derivado trágicas guerras contra “los infieles”, contra los que no creen en el dogma triunfante y los que se atreven a vivir de otro modo y a tener otras creencias. Si leemos la historia, esa pretensión de cambiar al hombre y fundar otra cultura ha sido el prólogo y el epílogo de innumerables episodios al parecer incomprensibles.
En la tarea de reformar las costumbres y construir el nuevo hombre se embarcaron los totalitarismos del siglo XX. Fue la misión de Torquemada y la consigna de las inquisiciones. Fue la meta de la revolución cultural de Mao y es la explicación del fracaso de la aventura marxista. Pero la memoria es corta, y hoy, pocos años después de la implosión del régimen comunista, América Latina está poblada por la tentación de emprender otra vez ese rumbo: hay que cambiar a la sociedad, modificar la naturaleza de la gente, prohibir y prohibir. Hay que imponer lo que los elegidos han descubierto en los debates de sus cenáculos. Lo que ellos han elegido como lo “bueno”. Y quien no esté de acuerdo, que se someta o… que se vaya.
Lo de fondo no está en las prohibiciones coyunturales, ni en las complicaciones creadas intencionalmente para que los feligreses taurinos vayan a rezar a otra misa. No. Está en la soterrada intención de controlar a la sociedad más allá de la política, de planificar más allá de la economía, de incidir en instituciones que deberían estar protegidas de la incursión de los novísimos misioneros. Está en las prácticas que, sin decirlo, provocarán profundas modificaciones en los modos de ser de las familias, en los gustos de las personas, en el horizonte de la sociedad. Está en las tácticas para controlar la cultura, incidir la universidad, cambiar la escuela, y, en fin, construir escenarios de “culturas oficiales” al servicio de cualquier ideología, y que han sido siempre cementerios de la libertad y tierra propicia para la mediocridad.
Me temo que estemos asistiendo el inicio de esos cambios hacia una sociedad uniformada, sin distingos ni debates, aburrida y mediocre. ¿Estaremos en el prólogo de la imposición de la filosofía del “nuevo hombre”? Hay síntomas que me inquietan: las fiestas de la ciudad ya fueron otras, por más esfuerzos de distracción que hayan hecho las chivas, y por más que los espectáculos masivos hayan tenido promoción municipal. Después de poco, a lo mejor, cambian la fecha de la fundación de Quito y acabaremos por renegar de todo lo español. Por lo pronto, ya no habrá vacaciones de Navidad en escuelas y colegios. Las instituciones que se ocupan dizque de la cultura, están el servicio del poder. La feria del libro, bueno… la feria del libro.
Pregunto: ¿tiene derecho el poder a cambiar las costumbres y a imponer ‘su’ cultura?