El referente extraviado

Que América Latina es un continente caracterizado por la inequidad es una realidad que no admite discusión. Minorías que han logrado estándares de riqueza mundial comparten un espacio geográfico con millones de personas en donde las carencias abundan. Esto ha llevado por lo general a la conclusión fácil, esbozada por los que les encanta denominarse “progresistas”, que la mejor manera de solucionar estas diferencias es confiscar o apropiarse de la riqueza creada por los particulares a través de ese ente llamado Estado, para supuestamente redistribuirla y ejercer actos de justicia social. Lo que no alcanzaron nunca a percibir los defensores de estas tesis es que la riqueza no es inagotable y que, al dejar de producirla o poner trabas a su generación provoca que los recursos a ser repartidos escaseen conduciendo a las sociedades a la pauperización absoluta. La mejor prueba es lo sucedido con la sociedad cubana. Más de cinco décadas de un proceso denominado revolucionario ha derivado en una situación angustiante en la que su población experimenta condiciones de vida muy limitadas. En la otra cara de la moneda, una minoría denostada por los que optaron permanecer en la isla, ayudó a que un estado norteamericano se convierta en una economía próspera y sean los propietarios de un ahorro considerable con capacidad económica suficiente como para echar a andar nuevamente ese país caribeño cuando se recupere una verdadera democracia.

Lo que llama la atención es que a la vista de este modelo fracasado, a lo largo del continente, aún exista una corriente que continúa rindiendo admiración a la cúpula que generó este descalabro y que el onomástico de su decrépito líder sea motivo para considerar un relanzamiento de estas utopías descabelladas. Una parte de la sociedad se quedó congelada en el tiempo y no alcanzó a percibir los profundos cambios experimentados a lo largo del orbe que han provocado otra clase de paradigmas.

Los ciudadanos no quieren ser parte de modelos colectivistas sino que aprecian en gran medida los regímenes en donde se privilegian sus libertades. La gente busca progresar material e intelectualmente y no desean que terceros les dirijan sus destinos. Prefieren que las iniciativas no tengan amarras y si les acompaña el éxito económico conocen que esa riqueza creada cumple una función social porque genera empleo y se cancelan tributos para que los estados dirijan esos recursos a satisfacer las necesidades de los que menos tienen y con ello se consiga achicar la brecha social.

Pero gran parte de la sociedad latinoamericana sigue aferrada al dogma estatista. Son el leño en la rueda que no permite avanzar hacia un verdadero modelo de oportunidades, en que la sociedad se cohesione y construya un proyecto en conjunto donde los individuos participen plenamente obteniendo las ventajas del empleo pleno. Lastimosamente los enemigos de la modernidad aún son un número considerable en estas geografías.

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