No está destinada a impedir que un ciudadano acceda a determinada función. Eso sería conceder excesiva importancia a un personaje. El tema es mucho más profundo: ¿Es propio de las democracias presidenciales permitir la permanencia indefinida en el poder? ¿La alternancia en la jefatura del Estado es un activo de las democracias? Por último: ¿La lucha contra la corrupción exige que de tiempo en tiempo terceras personas accedan al gobierno para que se puedan destapar los actos de las anteriores administraciones?
Y las respuestas confirman la necesidad de impedir la reelección indefinida. Estados Unidos, luego de que Roosevelt fuera elegido presidente 4 veces seguidas, reformó la constitución para permitir una sola reelección. México la prohibió totalmente, luego de que Porfirio Díaz permaneció 30 años en el poder.
En Ecuador, la historia no ha sido diferente. Las constituciones –país prolífico en ellas– han prohibido la reelección inmediata en su mayoría y algunas la han prohibido absolutamente. La experiencia local ha confirmado el peligro de que un personaje se perennice en el poder. Salvo el caso de Velasco Ibarra, que fue 5 veces presidente, otros ex presidentes que ejercieron con dignidad y acierto esas funciones y buscaron la reelección después de haber dejado el poder no tuvieron éxito. Así ocurrió con Galo Plaza, Camilo Ponce, Osvaldo Hurtado y Rodrigo Borja. En cambio, Correa, con todo el aparataje del poder, fue reelegido en dos ocasiones: en 2009 con la Constitución de Montecristi, hecha a su medida, y en 2013 en que tuvo como su compañero de fórmula a quien ahora está en la cárcel 4.
El ex vicepresidente de la República y más de una docena de ex ministros de Estado o funcionarios de ese nivel, enfrentan la justicia por actos de corrupción. Y ello pese a una penosa inoperancia de la Fiscalía, que, casi contra su voluntad, adelanta la investigación criminal como consecuencia de información venida de otros países, cuando está obligada por propia responsabilidad legal y ética.
Si Correa se reelegía el 2017 o si Moreno -como esperaban los capitostes de la revolución ciudadana– era un simple comodín, todo habría permanecido oculto. Los nuevos ricos –ricos de verdad– se habrían dedicado a disfrutar de su riqueza mal habida (algunos lo hacen con sobra de cinismo) porque todo lo dejaron “atado y bien atado” para protegerse tras 10 años de gobierno autoritario, despilfarrador y deshonesto. Entre otras “maravillas”, la RC contó con los mayores recursos económicos de la historia; elevó el gasto público, entre 2006 y 2015, del 22 al 43 por ciento del PIB; realizó obras faraónicas e inconvenientes; endeudó a la nación en condiciones de usura; contrató obras con precios que superan en 3 o 4 veces su valor real, y sumió al país en la mayor crisis del último siglo. Y, ¿todavía se quiere mantener la reelección indefinida?
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