A don Víctor Manuel Pacheco Pacheco le conocí en la Facultad de Medicina de la Universidad Central, en donde ejercíamos la docencia. No es que llegáramos a ser amigos. En encuentros más bien cortos en los pasillos de aquel claustro, dadas nuestras ocupaciones profesionales, fui descubriendo que era verdad que en la izquierda ecuatoriana, como en la de otros lugares del mundo, uno podía encontrar lo mejor de las gentes. Ahí estaban mis amigos Reinaldo Miño, Telmo Hidalgo y Edmundo Rivadeneira, entre otros.
Don Víctor, que era como le trataba en demostración de aprecio y respeto, se había especializado en Buenos Aires en Tisiología y Radiología, llevado más que nada porque en aquella primera mitad del siglo pasado los Rayos X eran una tecnología de punta en patologías como la tuberculosis pulmonar, enfermedad política, según Reinaldo Miño.
Se sabía que el “socialista de toda la vida” Dr. Pacheco era un maestro universitario en la extensión de la palabra: su cátedra un espacio liberal, en la que no cabían otras consideraciones que el mérito propio. Para don Víctor las calles, los sindicatos y los partidos políticos eran los espacios de expresión de quienes estaban por los cambios que requería el país. Fue un sindicalista connotado. Gozaba de prestigio. Era autor de libros de texto con los que sus alumnos superaban esos apuntes de mil y un faltas. Los resultados de sus investigaciones sobre características anatómicas diferenciales del sistema óseo entre la población negra, indígena, serrana y costeña, los había presentado en foros internacionales y publicado en revistas extranjeras. Cuando en la desventurada U. Central de la década de los 70 el libre ingreso y el derecho de tacha eran consideradas conquistas revolucionarias, al digno maestro Dr. Pacheco, el que no admitía consignas de trincas izquierdosas, estuvo a un paso de ser tachado. En una memorable sesión de Junta de Facultad un representante estudiantil salió en su defensa y se impuso. Aquel estudiante resulto ser el hijo de don Víctor. Años más tarde Víctor Pacheco Bastidas, por concurso fue ayudante de la Cátedra que yo dirigía, y fue quien me sucedió cuando decidí jubilarme. Víctor y Eduardo Estrella, como investigadores de campo, los mejores colaboradores que he tenido.
Don Víctor nació en Gonzanamá, Loja, en 1918. Campesinos pobres sin tierras los suyos, como tantos. Su padre decidió emigrar a Quito para que sus hijos se educaran y llegaran a ser libres. Tuvieron que ganarse la vida haciendo de todo, inclusive de peones de Obras Públicas. En el Colegio Mejía y en la Univ. Central, estudiante distinguido. Tuvo la fortuna de encontrar su otra mitad, la de la leyenda griega: una linda jovencita costeña, Evelyn Bastidas, que le dio la alegría de vivir. Don Víctor falleció la semana pasada. Fue un maestro ejemplar.