Ubaldo, mi amigo, el que acaba de irse. De aquellos amigos del alma que la vida nos depara con una generosidad que resulta ser el contrapeso de las adversidades que también son parte de la existencia. Mi amigo Ubaldo, con quien nos encontrábamos de tarde en tarde por esa mi tendencia absurda a la misantropía. Todo era vernos para que el tiempo no hubiera transcurrido, y los hechos compartidos volvieran a la memoria con ese calor mezclado de ternura de cuando éramos jóvenes y nadie pensaba en morirse como no ser por el ideal que nos unía: una patria grande, ese Ecuador pequeñito pero soberano, libre.
El Dr. Velasteguí fue un oftalmólogo brillante. De aquellos que cuando iniciaron su ejercicio profesional, luego de prepararse en el exterior, a la medicina ecuatoriana la ubicaron en las fronteras de los conocimientos y técnicas quirúrgicas que definían la oftalmología moderna que se practicaba en los países desarrollados. El resultado de un noble y esforzado empeño, al que se llegaba y se llega luego de superar obstáculos, que van más allá de los méritos personales. Y más, si uno de los nuestros apunta a lo más alto.
El Dr. Ignacio Barraquer había fundado en Barcelona un referente de la oftalmología europea: la famosa clínica que llevaba su nombre, es decir la de quien era famoso en el mundo como autor de nuevas técnicas tal el injerto de córnea para corregir la miopía. Un sueño, una aspiración suprema para europeos e iberoamericanos formarse en la clínica Barraquer. Por los años cincuenta del siglo XX, el Instituto de Cultura Hispánica (ICH) de Madrid contaba con el apoyo político que se requería, como para que sus becarios fueran admitidos en los centros españoles de mayor prestigio. Así el joven médico ecuatoriano llegó a ese centro de excelencia.
El primer año para nuestro compatriota fue de prueba: ver, oír, callar, ayudar en las operaciones cuando no había otro, soportar desplantes de los residentes, unos pocos de ellos miuras de la estirpe de la bestia ibérica. Todo lo soporto con esa dignidad que es apreciada en España. Paso a ser residente de planta a tiempo que se quedaba sin la beca que por un año le había proporcionado el ICH. Comenzó a vivir con las justas, con esas privaciones que han soportado los más de los nuestros, a tiempo que fue destacándose en el ambiente de rigores que imponía el maestro Barraquer.
Llegó a la consolidación. Las órdenes que impartía a sus subalternos el residente ecuatoriano eran inapelables. El Prof. Barraquer cuando tenía una intervención de grandes complejidades, ordenaba que su primer ayudante, el que le adivinaba los pensamientos, fuera “el sudamericano”, mi amigo Ubaldo Velasteguí. Con una linda jovencita italiana formó un hogar sólido de frutos admirables: tres médicos, dos de ellos oftalmólogos.