Redoble de campanas, con fuerza, con sentimiento como para que sus arpegios crucen la cordillera y lleguen a la Costa. El ilustre y culto investigador científico Dr. Ernesto Gutiérrez Vera murió víctima de la invasión viral que nos abruma. Toda su vida la había dedicado a estudiar los virus en nuestro país y a luchar sin descanso por el control de las patologías que producían aquellos enemigos invisibles. Nuestro colega se sumó a los abanderados de la medicina preventiva. Al final de su obra póstuma “Arbovirus en el Ecuador”, llegada a mis manos en estos días, se lee: “Saneamiento ambiental, dotación de servicios higiénicos básicos, educación de la población para obtener constante participación comunitaria. Este esfuerzo por defender, promover y fomentar la salud pública debe estar en el primer lugar de las prioridades de los entes públicos”.
Serrano hasta la médula del alma, he tenido el privilegio de contar entre los más allegados a mi gratitud y afecto a médicos costeños. Juan Tanca Marengo, Armando Pareja Coronel y Gaetano Leone le brindaron a mi padre el mejor tratamiento que pudo haber tenido, como así lo refiero en mi autobiografía: Vol. III de “Espacio de la Memoria” (Quito, 2015, Universidad Andina Simón Bolívar). Y mis amigos de verdad, de los pocos que he tenido: Guillermo Poulson, Carlos Palau y Ernesto Gutiérrez.
Primero los respetos y luego los afectos, es un decir que lo comprobé en España. En las Jornadas de PAMA (Pan American Medical Association), que organizaba el Capítulo de Guayaquil, allá por la segunda mitad del siglo pasado, fuimos presentando los primeros resultados de nuestras investigaciones sobre la biopatología altoandina, a tiempo que me entusiasmaban las comunicaciones que presentaban los investigadores del Instituto Nacional de Higiene y Medicina Tropical Izquieta Pérez. Eran los científicos de aquel instituto quienes habían contribuido a que la comunidad científica internacional descubriera que nuestro país existía, bien es cierto sobre una línea imaginaria. Las investigaciones que se realizaban en el Izquieta Pérez salían publicadas en revistas científicas de prestigio como el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene. Con iguales credenciales, los investigadores de la Escuela Politécnica Nacional-Universidad Central del Ecuador y los del Instituto Nacional de Higiene y Medicina Tropical, fuimos respetándonos. Luego vinieron los afectos. Es así como se inició una amistad fraterna entre Ernesto Gutiérrez y yo, hasta el final. Mi amigo del alma se me adelantó. Ha pasado a otra dimensión. Su chispa de energía se habrá reintegrado a la Luz: el cielo prometido a los hombres de buena voluntad.
Por sus méritos, tendrá un espacio en la Galería de Ilustres Científicos Ecuatorianos de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión.