Mi amigo, el médico Dr. Braulio Paucar, falleció un día lluvioso de la semana pasada. Le conocí en Izamba, pueblo cercano a Ambato, la tierra de sus mayores, en donde vivía y aún no se había graduado de bachiller. Fui a visitarle pues me dijeron que compartía las ideas y empeños de un movimiento político nacionalista en el que yo militaba. Luego nos encontramos en el Primer Año de la Facultad de Medicina de la Universidad Central y fuimos condiscípulos hasta que me marché a Madrid a continuar mis estudios. Ya de retorno nos veíamos con relativa frecuencia en Ambato donde Braulio ejercía la profesión como obstetra. Un día de esos de mediados de los sesentas vino a verme, había obtenido una beca del Instituto de Cultura Hispánica y deseaba residir en Madrid en el Colegio Mayor Ntra. Sra. de Guadalupe con cuyo director, Emiliano Moreno, mantenía buenas relaciones desde que nos conocimos en España. Cuando Braulio regresó como especialista en Ginecología y Obstetricia y ejercía la profesión en Ambato, cultivar esa amistad de ‘toda la vida’ me significó ir definiendo las claves de mi propia identidad.
A mediados del siglo pasado Braulio pertenecía a esa generación de indios serranos que llegó a la universidad como una meta soñada por generaciones. Su padre, propietario de tierras de secano, al duro trabajo agrícola debió sumar el de carpintero para que sus dos hijos llegaran a ser médicos, aspiración suprema. En esta misma columna he ponderado los levantamientos indígenas, ininterrumpidos en el transcurso de nuestra historia; de cómo han resistido. Sin exageración alguna, en esa épica social los héroes son quienes venciendo toda suerte de adversidades llegaron a saber ‘leer y escribir’; por sus propios méritos y con sus propias singularidades han contribuido a definir la nacionalidad ecuatoriana. Cuando en uno de mis viajes a Madrid, y como siempre me alojé en el Colegio Guadalupe, Emiliano Moreno refiriéndose al Dr. Paucar tuvo el siguiente comentario: nos hacía falta un indio para comprenderles a los ecuatorianos; no hay nada que hacer: el vuestro es un país mestizo hasta la médula del alma. Braulio fue de los no muy numerosos hispanoamericanos que aprovecharon al máximo su estadía en el exterior. En un país como España en el que primero son los respetos y luego los afectos, el Prof. García Orcoyen, maestro de Braulio, le recordaba como un sudamericano de aquellos a quienes “los españoles terminamos por apreciar”.
¡Mi amigo Braulio! Con ese su aire de gran dignidad. El que no se hacía el triste ni se daba pena. El que no odiaba a nadie ni a nada. El que en momentos aciagos supo pararle a quien representaba la voz de las injurias que habían sufrido por siglos los indios ecuatorianos. El que formó una familia de profesionales. El que llegó a la meta.