Las redes sociales

Llegar a ser miembro de un club e incluso de una pandilla puede tomar tiempo. El neófito no será aceptado de inmediato; antes de franquearle la entrada, los jefes de la tribu se tomarán todo el tiempo para probarlo y conocerlo; solo entonces le brindarán su confianza.

En las redes sociales no ocurre lo mismo. Ingresar en un grupo de adictos a Facebook resulta facilísimo, basta un clic en un celular para ser parte de una red virtual conformada por centenares de individuos, muchos de ellos lejanos y desconocidos y de quienes el recién llegado se informa de inmediato acerca de sus vidas y milagros, relaciones, juergas e intimidades.
¿Cómo entender esta morbosa tendencia de mucha gente de hoy a hacer de su propia vida un espectáculo vivo y ofrecerlo a la curiosidad del mundo? Las redes sociales canalizan ese impulso narcisista y exhibicionista que late al fondo del ser humano, impulso que nos lleva a despojarnos de aquello que guardamos en lo íntimo, y todo para hacer de nuestras vidas un escaparte en el que lo privado pasa a ser público. Las redes sociales son una trampa ingenuamente aceptada que nos convierte en voyeristas y en espiados, a la vez.

La tecnología no es, en sí misma, ni buena ni mala, pero tampoco neutra; el uso ético de ella corresponde a quienes la utilizan y manejan. Quien entra en la world wide web acepta no solo sus beneficios sino también sus riesgos El internauta deberá moverse con cautela y distinguir entre lo sustancial y lo vano. Bajo la abundante hojarasca de lo frívolo hallará la perla que busca; junto a la bulliciosa insensatez del estulto estará la opinión del sabio.

Si la red nos abre los espacios a mayores conocimientos y estilos de vida, también nos aísla del entorno. Quien ha sido avasallado por las redes sociales vive al interior de una burbuja virtual, ajeno al llamado de la realidad. Le acapara la sensación de haber alcanzado un poder inédito, el poder de salir del anonimato, de hacerse conocer, de ser alguien. Basta explorar los perfiles que en Facebook o en Instagram despliegan ciertos personajes que pasan por famosos para comprobar una impúdica exhibición de gozo y derroche. Frente a esto, hay quienes se preguntan ¿en realidad son felices o solo presumen? Creemos que más bien es lo segundo.

En Internet el poder de ilusionar y hacer daño se ha diversificado. En las redes sociales abundan las apariencias, de ahí que la verdad ya no brilla como antes ni es fácil distinguirla. En Internet se cambian las identidades, se truecan los nombres, se trasmutan los sexos. La realidad es camaleónica, nada es fijo y lo que antes era sólido, ahora es líquido. ¿Qué es entonces la realidad? Difícil saberlo. Fernando Savater nos da una pista: aquello que nos ofrece resistencia. Yo simplemente digo que la realidad es aquello que no cambia a pesar de mis deseos.

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