El 2022 nos ha traído una renovada campaña de nostalgia correísta. En las redes sociales se multiplican los mensajes de añoranza por un pasado que se presenta cercano a la perfección; parece que vivíamos en una democracia perfecta, respetuosa de los derechos y libertades; sin delincuencia y con acceso a salud, educación, empleo y seguridad social; en un entorno de respeto a la diversidad y sin corrupción. El Ecuador del correísmo no existió. Sin negar las cosas que funcionaban bien, en mucho gracias a la bonanza económica generado por los precios del petróleo, la realidad distó mucho del paraíso que pintan.
Desinformar es una herramienta política, no necesariamente legítima, que empobrece el debate público y elimina la posibilidad de una deliberación democrática. Las mentiras son bien recibidas en un contexto de desesperanza, incremento de la pobreza e inseguridad, en medio de una pandemia; la imagen de un pasado perfecto es bien recibida en una situación de continua inestabilidad.
Especialmente en las redes sociales se pueden identificar estas cadenas, una suerte de nichos ideológicos que están creando una sensación de falso acuerdo, a tal punto que muchos creen, sin dudar, que no existió corrupción y que, por mencionar algunos casos, Isspol, petróleos, Seguros Sucre, Odebrecht, son invenciones usadas para la persecución política.
El uso de la nostalgia, en parte, está aupado por una situación concreta de mal funcionamiento institucional explicable -solo parcialmente- por una grave crisis económica; instituciones que no hacen lo que deben y brechas económicas y exclusión que no paran de crecer.
Frente a todo esto, las respuestas tardías, poco articuladas, alimentan el descontento; el tiempo se agota para el señor Lasso, mientras se fortalece una oposición que no cree en la democracia y amenaza con regresarnos a un pasado de arbitrariedad, corrupción e intolerancia.
Asumir la defensa de mínimos valores democráticos y de la inclusión, es tarea urgente.