Creo haber leído en alguna de las páginas de Cevallos García que solo hay cultura donde un morador cualquiera de la Tierra domestica el paisaje, establece con él un vínculo irrompible y le convierte en país. Se trata, desde luego, de una idea historicista, pero el hecho de serlo no disminuye la verdad que contiene, aunque el historicismo como doctrina siga siendo cuestionable.
Pero si esta idea es verdadera, país no es lo mismo que estado, aunque se parece en algo a la nación.
Es más bien la comarca cuyos caracteres se entremezclan con los de sus habitantes, hasta el punto que los unos y los otros llegan a constituir eso que solemos llamar identidad. Por eso el Ecuador es un país que contiene en su entraña varias identidades semejantes, pero no iguales.
Todos ellas han crecido hacia dentro de sí mismas y al crecer se han distanciado sin dejar de estar juntas. Hay, por lo tanto, una identidad ecuatoriana, pero hay también la identidad morlaca, la identidad de los pupos o la de los manabas; hay la identidad wao y la identidad quiteña; hay la puruhá y la guayaca y algunas otras, ninguna menos clara y definida.
Sin embargo, una ola gigantesca que envuelve a todo el mundo ha llegado también hasta estas comarcas, sus playas y sus selvas, y al hacerlo ha empezado a borrar algunos de los mejores caracteres que tenían las diversas identidades que sin embargo eran una. Peor todavía: conservando las apariencias más visibles, han empezado a homologarnos por dentro con todos los habitantes de todas las comarcas de la Tierra, de manera que nunca hemos sido más universales, y al mismo tiempo más ajenos: en suma, nos hemos modernizado.
Si en otros tiempos, en todas las comarcas de este país nuestro, las mujeres, los niños y los hombres sabían que su tarea en la vida consistía en ser felices y lo eran al encontrar lo nuevo en el respeto de alguna vieja tradición, hoy no piensan ya en ser felices sino en ser ricos, o cuando menos, algo más ricos que el vecino. Tener, tener, tener; producir, comprar, gastar; tener, perder, gozar: tales son las tareas que pretenden dar sentido a una vida que parecería en riesgo de perderlo.
Las consecuencias: la compleja sociedad ecuatoriana, compuesta de varias sociedades distintas, pero iguales, ha empezado a sentir que se aflojan sus tejidos internos. Se aflojan: se descomponen. Cada individuo ha empezado ya a sentirse solo en medio de otros individuos solos. Ha estallado la violencia: asesinatos, femicidios, asaltos, pedofilia, violaciones. La antigua belleza de las varias comarcas que hacen este país pacífico ha sido ya reemplazada por las máscaras del odio y de la indiferencia. Si del nivel común se pasa al nivel de los que hacen el país político, que es el más complejo de todos, ¡sálvese quien pueda! Así como del país común chorrea sangre, del país político emanan los gases venenosos de la codicia y el cinismo.
¿Cómo recuperarnos ahora, sin volver al pasado?