“Si la juventud supiera y la vejez pudiera”, dice el adagio. En ambos casos, el territorio de los recuerdos siempre estará allí, disponible para pensar y repensar la vida que nos dio motivos para existir en camino hacia la plenitud.
Gente de mi generación escribe memorias, a veces sin destinos precisos. Alguien ha escrito para sí mismo, y está bien. Lo importante es descubrir que los recuerdos son espacios y tiempos (todavía) habitables, y uno de ellos, talvez el más valioso, es la gratitud. ¡La gratitud es la memoria del corazón!
He leído autobiografías de famosos, y también biografías escritas por terceros. Pienso que los personajes -más que las personas- desean dejar huellas… decorosas o en suspenso para quienes recuerden lo conocido o descifren las zonas oscuras e impenetrables.
Javier Marías, escritor español, publicó “Vidas escritas”, en las que relata lo más recóndito de los maestros de la literatura y el arte. Una obra inolvidable para entender por qué y para qué escriben los clásicos; y “Todas las almas” -la más preciosa-, que describe vidas anteriores que existen hoy, y dónde él mismo es el protagonista, en los tiempos en los que Marías trabajó como académico en Oxford.
“Confieso que he vivido”, de Pablo Neruda, es una publicación íntima, entrañable y llena de vicisitudes que, incluso, fue llevada al cine. “El largo camino hacia la libertad”, de Nelson Mandela, impresiona por su autenticidad, humildad y heroísmo. “El diario de Ana Frank”, la conmovedora historia de una jovencita durante la II Guerra Mundial. “Un ensayo autobiográfico”, de Jorge Luis Borges, es una mirada a su interior. “Vidas secretas de grandes escritores, de Robert Schnakenberg, relata “lo que nunca salió a la luz de los grandes novelistas, poetas y dramaturgos”; y “Vivir para contarla”, de Gabriel García Márquez, sus motivaciones, búsquedas, encuentros y desencuentros… Todas, las recomiendo.
En las memorias -difundidas o no- están intactos los recuerdos, las efemérides que dieron sabor a la existencia, y también las que se nutren del silencio o de las palabras filosóficas cuando huelen a despedidas.
Los aforismos de Franz Kafka están en esa línea: “A partir de cierto punto ya no hay vuelta atrás. Hay que llegar a ese punto”. “Mantener la calma; alejarse al máximo de las exigencias de la pasión; conocer la corriente y a partir de ahí nadar contra ella; nadar contra la corriente por el placer de dejarse llevar”. “Una jaula fue en busca de un ave”. “Comprender la fortuna de que el suelo que pisas no puede ser más grande que los dos pies que lo cubren”. “¿Cómo alegrarse del mundo sino cuando se refugia uno en él?”.
¡Los espacios habitables están allí!