Esta semana el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, perdió la mayoría que su partido –el Demócrata- tenía en la Cámara de Representantes. Se trata de las elecciones legislativas de medio período presidencial (Obama está en la mitad de su primer mandato y seguramente buscará la reelección) y los republicanos (que son generalmente de derecha) podrán ahora bloquear las iniciativas legislativas y las políticas más importantes de sus adversarios clásicos, los demócratas. Para empezar a jugar, los republicanos ya han anunciado sus intenciones de practicarle una espléndida liposucción al aparato estatal: un Estado más pequeño, más responsable y que genere menos gastos.
Lo irónico del caso es que fueron los mismos republicanos –durante la presidencia de George W. Bush- quienes han sido acusados de arruinar la economía estadounidense. Como ustedes se acordarán, Barack Obama llegó a la presidencia con un mensaje de cambio: menos guerras, cerrar Guantánamo, inaugurar una era de más respeto y de menos prepotencia y, adicionalmente, encarrilar otra vez la economía. Como Obama no pudo enderezar las finanzas y reducir el desempleo en tan poco tiempo (algo menos de dos años) los impacientes votantes le retiraron la confianza.
Frente a la derrota, y con la perspectiva de tiempos difíciles, Obama optó por la humildad. En una tirante conferencia de prensa –más encanecido que nunca y desmejorado por las tribulaciones del poder- el Presidente de Estados Unidos se responsabilizó personalmente por los errores de su administración, ofreció corregir lo que fuera necesario corregir, prometió volver a acercarse a la ciudadanía estadounidense y trabajar en lo que fuera necesario con la nueva y vigorosa oposición. En suma el hombre más poderoso del mundo (aunque los periódicos en estos días dicen que ha sido superado por el Presidente chino) agachó la cabeza, tomó las cosas con calma y madurez y se enfocó en cómo ganar las próximas elecciones. El Presidente encajó con gracia la derrota y afirmó que “esta paliza me deja claro lo importante que es para un Presidente salir de la burbuja de la Casa Blanca”. En suma, Obama, sin sacrificar al animal político que lleva adentro y sin renunciar a sus más básicos postulados democráticos, optó por la calma, por la lucidez y por la sensatez.
Frente a todo lo anterior surgen unas preguntas apremiantes e inevitables: ¿no son los mejores factores de la tan vanagloriada majestad del poder la prudencia y la calma? ¿Se puede y se debe ejercer el poder desde la reflexión y no desde la confrontación y el descrédito? Y ¿hay alguna alternativa a la política de la crispación permanente?