Pese a las declaraciones oficiales que señalan la recuperación económica del país, se ha puesto en claro que hemos entrado a una fase de recesión, es decir, la desaceleración del ritmo de crecimiento de la economía. No se la debe confundir con la depresión, que designa un periodo de un ciclo económico durante el cual desciende la producción. Los dos fenómenos se inscriben en un concepto más amplio, que es la crisis económica.
Durante varias décadas, el término crisis aparece en estudios económicos y financieros, análisis políticos, boletines informativos, y ha sido objeto de investigaciones que tratan de explicarla. Para unos sectores, la crisis evoca la “destrucción creativa” que renovaba su futuro, según el economista Joseph Schumpeter. Desde su punto de vista, la economía se caracteriza por una sucesión de períodos: de expansión (aceleración en el ritmo de crecimiento), de ralentización, de recesión y, a continuación, de depresión. Estas cuatro etapas constituirían lo que se denomina un ciclo económico. La recesión, que a veces puede llegar a la depresión, permitiría, paradójicamente, resolver los problemas acumulados durante la fase de expansión. Los obsesionados con los indicadores de la coyuntura aguardan las señales de la recuperación. Solo quedaría esperar.
Para otros, la crisis remite a la angustia del desempleo, de la precariedad y de la miseria. Así, la ingenua presunción según la cual viene la calma después de la tempestad, resulta ser dramáticamente falsa.
La explicación del funcionamiento de las etapas del llamado ciclo económico se encuentra indisolublemente ligada a dos conceptos que han dominado la preocupación de la economía en el mundo occidental: el Producto Interno Bruto y su crecimiento. Ambos se encuentran, a su vez, imbricados a lo que se denomina bienestar y progreso de la sociedad. Los cambios en estas variables significarían progreso, bienestar o pobreza, según la tasa a la que crece el PIB. La clase política, la prensa y los tecnócratas contienen la respiración cada vez que se anuncian las cifras de crecimiento. Su primera opción y medida del progreso es el crecimiento, pero esta creencia no resiste constataciones simples.
Por una parte, hablar de crecimiento es mencionar el incremento de un indicador económico, el PIB; este establece la cantidad de riqueza (valor añadido) producida por el conjunto de los sectores de la economía monetaria, por oposición a la economía no monetaria (el trabajo doméstico, la ayuda mutua, el bricolaje).
El crecimiento del PIB no tiene en cuenta la evolución de las desigualdades, los componentes esenciales para el bienestar, ni algo que se convierte en un daño colateral masivo, como es la degradación de los patrimonios medioambientales; el PIB no contabiliza lo que la humanidad pierde en riquezas no monetarias durante esa destrucción.
El crecimiento de la economía puede ser manipulado con la restricción del gasto e inversión pública, como sucede en el país actualmente. La inversión que realiza el Estado por intermedio del manejo presupuestario de los diferentes Ministerios es extremadamente baja, llegando en algunos de ellos a cifras irrisorias. Así se empuja a la economía hacia la recesión y, con ella, a ahondar la precariedad de las condiciones económicas de una gran mayoría de la población.
La falta de actuación del Estado no tiene explicación, pero exalta la duda sobre la orientación que efectivamente se aplica con los recursos que provienen de la elevación del IVA y de la focalización del subsidio a los combustibles. La pérdida de la capacidad de actuación del Estado se debe a su sujeción a los imperativos externos, cuyo buen cumplimiento es saludado por instituciones internacionales: pago de la deuda, reforma tributaria, equilibrio fiscal, por lo tanto, recesión económica, que afecta a los ecuatorianos de menores ingresos.
La falta de legitimidad de los indicadores del crecimiento del PIB como expresión del bienestar y beneficios de la economía para la sociedad exige poner en relieve la necesidad de la actuación del Estado con políticas públicas que atiendan las necesidades más urgentes.