Al contemplar las noticias televisivas reconocemos, ubicados en primeras líneas, rostros desencajados, maquillados con deformante furia, acompañada de inentendibles rugidos, que marchan con agigantados pasos y soberbios pisotones, de muchos de los infaltables dirigentes de las manifestaciones en todos los gobiernos. Hoy emiten diatribas, insultos, arengas con una feroz exigencia de renuncia del actual presidente de la república. Están firmemente convencidos que, conseguido ese objetivo, brotarán de inmediato las soluciones a los acuciantes problemas que atormentan a nuestra nación: cesará el mayor estiaje y sequía que han castigado a nuestro país; desaparecerán las bandas criminales del territorio nacional; retomará el accionar correcto de la justicia, liberada del influjo de cárteles, prófugos y sentenciados; relucirán nuevamente el patriotismo y el proceder ético y digno de las, tristemente contaminadas, fuerzas del orden y se restablecerá la seguridad, hoy ausente, por haberse convertido en fruto del sangriento enfrentamiento de bandas narco político delincuenciales, nacionales y extranjeras; se expulsará a esa enorme cantidad de extranjeros prontuariados y descalificados que fueron irresponsablemente invitados, al abrir las fronteras patrias y otorgar la ciudadanía universal, que han terminado con la paz que hacía de nuestro país una isla de tranquilidad y ensueño. La dura experiencia histórica nos advierte que es imposible que esos conocidos dirigentes (que no han permitido racionalizar el antiquísimo código de trabajo, ni hacer las indispensables reformas que enrumbarían a un IESS que está al borde del precipicio, ni tampoco armar consensos que permitan fortalecer la frágil economía nacional, a través de inversiones privadas y extranjeras), sean los líderes progresistas que salven al país.
Al constatar su presencia en repetidas protestas, recordamos que, en el gobierno de la revolución ciudadana, salían en marchas con sus brazos enlazados a los de los líderes de ese perjudicial gobierno, especialmente a los del expresidente prófugo. En esa aciaga época, esos dirigentes, enceguecieron y aplacaron su rebeldía, para acomodarse al abuso, al trato dictatorial, para contemplar, impávidos, negociados, construcciones sobrevaloradas, coimas múltiples, gigantescas obras cobradas y no realizadas. Fueron testigos del horrendo ataque a la ciudad capital por las hordas salvajes dirigidas por el indígena que se ufana de haber dirigido “los estallidos” y que ahora trata de disfrazar su salvaje proceder, que fue respaldado o disimulado por los “valientes protestantes” que calientan las calles y añaden descontrol, angustia y caos a la crisis que agobia al país.
Existe un rechazo generalizado al desorden y a la violencia, repudio que se hará evidente en el próximo proceso electoral, en el que se ha incluido la candidatura del ya citado dirigente indígena que proclamó, contradictoriamente, que la manera más efectiva de llegar al poder eran el terrorismo y las acciones vandálicas. Convencido, erróneamente, de poseer un poder ilimitado, hace planteamientos inconcebibles, no cumple acuerdos, ni convenios, ni se esfuerza por mejorar las condiciones de vida de los campesinos, a los que dice representar; pues subsisten en medio de la desnutrición infantil, de la falta de adecuados servicios de salud, de instituciones educativas y en paupérrimas condiciones de higiene y control ambiental.
Que falta hacen en estos momentos difíciles la sensatez, la madurez, el amor a la patria. No son las imposiciones irracionales, ni las protestas estériles e inquietantes, los factores que permitirán superar el caos que envuelve al país. Es importante que los numerosos candidatos expongan programas que proyecten soluciones reales y abandonen los discursos vacíos, llenos de reproches y de ataques improductivos de unos a otros. Luchemos todos por unir esfuerzos y acciones para vencer los aciagos sucesos en que está inmersa la patria.