Despojados de todo pensamiento crítico, carentes de voz y voluntad propia, obsecuentes y cabizbajos, deambulan los miembros del rebaño por el sendero que les marca su guía. No se apartan un instante del camino, pues conocen a la perfección los límites en los que deben desenvolverse, y también, por supuesto, los oscuros abismos y peligros de los que han sido rodeados.
El rebaño es un sitio plácido y seguro para quien sabe seguir las reglas, en especial si evitan pensar o cuestionar y prefieren una vida sin complicaciones. También puede ser una buena fuente de ingresos si es que aprenden a hacer silencio, a aplaudir a rabiar, a mirar para otro lado, a levantar la mano a tiempo o a calentar el puesto adormecidos y amodorrados.
En el rebaño no se trabaja ni se hace mayor esfuerzo, lo que constituye un alivio para aquellos que buscan relajarse y pasar de agache. Lo único que les pedirán a cambio será su voto y su presencia en mitines o convenciones, y también, cómo no, tener buena memoria para recitar dogmas, canciones o letanías emanadas de los líderes o mensajeros de turno. Por lo demás, solo deben mantenerse alerta a la palabra del supremo, que además de ser elevada a dogma de fé, no admitirá bajo ningún concepto que se la pretenda interpretar, cuestionar, contradecir o tergiversar.
Lo que aprenden los miembros del rebaño es lo estrictamente necesario, lo demás no existe, es pecado o es injusto, va contra la moral del líder y sus postulados o resulta subversivo. La libertad, lo saben bien, es aquello que se vive a plenitud entre sus fronteras. Nadie entre ellos podrá dudar un solo instante de quién atesora en exclusividad la verdad absoluta. También aprenderán, por ejemplo, a diferenciar entre el bien y el mal quemando libros, clausurando medios o rompiendo periódicos; a reconocer las luces y las sombras ensalzando compinches y censurando contradictores; o a distinguir los distintos rostros que adopta el enemigo para sus más perversos cometidos. Porque eso sí, sin la amenaza de un enemigo, no hay rebaño que perdure.
En el rebaño les está permitido expresarse siempre y cuando lo hagan en grupo y sus voces constituyan alabanzas, agradecimientos, vítores u honores a favor de sus líderes o mensajeros.
Nunca, por ninguna circunstancia, podrán manifestarse en público por sí solos a menos que se vean obligados a insultar y agredir a un opositor que apareciera de pronto y no estuviera a tiro de escupitajo o a golpe de asta de bandera.
La sumisión, la docilidad, la discreción y la gratitud son virtudes y obligaciones ineludibles para todo el rebaño. Si alguno de ellos carece de una sola o la extravía por el camino, o por alguna fuerza extraña revela secretos non sanctos de los líderes u otros miembros, será castigado de manera ejemplar con el sino del traidor y la impronta indeleble del delator. El rebaño, reducto de cobardes, cómodos y mediocres, ha sido y será siempre tierra fértil para germinar las semillas de las tiranías.