A los humanos nos unen más las emociones que el razonamiento. Las emociones nos impulsan -más que la deliberación- a actuar, a hacer algo, a ayudar a una causa. El caso del avión desaparecido es una demostración más de esta tendencia natural de nuestra especie.
Los líderes de las principales aerolíneas de Latinoamérica anunciaron, en una cumbre celebrada en Santiago la semana pasada, que la desaparición de marras provocará importantes cambios en la industria. Y es que no es para menos. Cómo puede ser posible que con la tecnología que tenemos en la actualidad desaparezca un avión. Uno se imagina la angustia de las personas a bordo y especialmente la de sus familias. Qué incertidumbre, eterna. Una cosa así no puede volver a pasar, y por eso la pronta reacción de los responsables del sector aeronáutico.
Pero la verdad es que -aunque no se alterara ni un solo procedimiento en la industria del transporte aéreo- la probabilidad de que un suceso de esta naturaleza se repita es mínima. Entonces, ¿por qué en este caso hay tanta celeridad para tomar medidas y tanta predisposición a desembolsar recursos, mientras existen tragedias más crueles y que involucran a mucha más gente frente a las cuales mostramos total apatía?
Dan Ariely, investigador de la Universidad de Duke, explica en su libro ‘The Upside of Irrationality’ por qué la magnitud de una tragedia no está relacionada con nuestro grado de preocupación por ella: los humanos nos conmovemos cuando nos sentimos identificados y eso ocurre sobre todo con desgracias concretas, gráficas y que suceden en un momento determinado, no con cifras.
En un mundo en el que prime la razón, los desastres con el mayor número de víctimas recibirían mayor atención. Enfermedades como la malaria -que ha aquejado a cientos de millones de personas- o el sida -a decenas de millones- atraerían más recursos que los atentados del 11 de septiembre o el tsunami asiático de 2004. Genocidios como el de Ruanda tendrían más cobertura de CNN que Jessica McClure, la niña de 18 meses que en 1987 se cayó en un pozo en Texas. Pero no. Ocurre lo contrario. Porque en un caso son estadísticas y en el otro es alguien cuyo sufrimiento podemos imaginarnos. Esa empatía es la que nos impulsa a donar o a demandar soluciones.
Ahora cuantiosos recursos se destinarán a evitar sucesos como el del avión desaparecido, mientras problemas más graves seguirán relegados. Sin embargo, este evento podría servir para reflexionar sobre cómo motivar la acción humana. Gente que se ocupa de causas tan importantes como la medicina preventiva, la defensa de los derechos humanos o la estabilidad económica a veces cree que la mejor manera de hacerlo es presentando datos. Pero para impulsar la acción humana se necesita tocar las emociones y para lograr aquello hay que narrar casos específicos, con los que uno pueda sentirse identificado.