Debo confesar que la osadía y arrogancia de los jóvenes privilegiados en Ecuador es para dejar asustado a cualquiera. Fuera de lugar están las recomendaciones de trabajar duro, esfuerzo y sacrificio de muchos años, mantener una trayectoria limpia, para una vez demostrado todo esto, servir al país desde algún cargo público de importancia. Todo lo quieren rápido y antes de que alcanzar siquiera un perfil solvente en LinkedIn (usualmente más de tres años), se sienten con las ínfulas de presentarse como candidatos políticos, no a modestas concejalías o diputaciones, sino nada menos que a la Presidencia de la República. Y, encima se sienten que “el mayor servicio al país es la construcción de un espacio para el bien del país” (la cacofonía no es mía). Pues sí, me refiero a Otto Sonnenholzner. Aquél joven de 37 años sin más a su haber que trabajar como locutor de la radio de su propia familia ahora da lecciones de sacrificio al país. Como aquel sacrificio de dejar la Vicepresidencia después de apenas 19 meses de servicio y en medio de una pandemia, porque le apremiaba ser candidato presidencial. Seguro sus padres le convencieron de que es especial (está en todos los manuales) y que le espera un especial lugar en la Historia, con mayúscula. Seguro se cree heredero no de Jaime Roldós, sino de John F. Kennedy, presentándose como el adalid de la lucha contra los modelos fracasados.
Con gusto me sumo a su lista de “opiniones bastante mediocres” que señalan el claro peligro de un oportunista en la Presidencia de un país que ha pasado los últimos casi 20 años gobernado así. Bucaram, Gutiérrez y Correa fueron presidentes jóvenes con unas ínfulas inmensas de ser la salvación nacional y así estamos. Los líderes de Ruptura gobiernan con un dejo de ser ellos o el diluvio sin ganar una sola elección presidencial… y así estamos. Por cierto, los líderes que trascienden en la historia son todos humildes.
Hay una razón porque la mayoría de democracias estables tienen líderes de partido y gobierno que bordean o sobrepasan los 70 años. Han tenido que demostrar todos esos años que merecen la confianza y el respeto popular. Han esperado su turno. Hay hecho su conscripción con el servicio público y político. Y el mejor ejemplo de ello es, por supuesto, Angela Merkel. No muchos alemanes -de su partido o de la oposición- piensan en reemplazarla en momentos de crisis. Esa legitimidad que sólo la concede años de servicio eficiente e impoluto, sentido de sacrificio y humildad que no son improvisables.
Tampoco es una casualidad que los países con democracias medianamente sólidas tienen partidos fuertes y pocos. Y esta es una de las razones del fracaso del país. Hemos pasado años con presidencias improvisadas y el resultado es un Estado cada vez más débil. Aquellos oportunistas que llegan no tienen ninguna trayectoria de años que defender y por tanto son fácil presa de las delicias del poder, del dinero y éxito fáciles. ¿Repetiremos la misma historia?