Desmond Tutu, arzobispo anglicano de Johannesburgo y cercano colaborador de Nelson Mandela, cuenta que en una ocasión, cuando era presidente de Sudáfrica, Mandela había tomado una decisión que causó malestar en Tutu, y éste envió un reclamo al Mandatario a través de su secretaria. Diez minutos más tarde, Mandela lo llamó por teléfono y le dijo“Tienes razón. Por favor, perdóname.” Comenta Tutu: “Pienso que esto demuestra cómo es que, cuanto más grande es un hombre, más fácil le resulta reconocer que ha cometido un error”.
El Sr. Presidente de la República debería pedirnos perdón a todos: junto con su equipo económico, por haber dejado al país en soletas, sin capacidad efectiva de enfrentar lo que debemos enfrentar; y a título personal, por ofender a desesperados ciudadanos amenazándoles con detención por reclamar la insuficiencia de la ayuda que estaban recibiendo, por su carencia de empatía, su falta de serenidad, su destemplanza.
Y la Sra. María Eugenia Avilés Zevallos, cónsul del Ecuador en Londres, también debería pedirnos perdón a todos por el ofensivo tuit en el cual cuestionó nuestra solidaridad y nos llamó hipócritas a todos los miles que hemos enviado agua, comida, ropa, cobijas, kits de aseo, medicamentos a las zonas devastadas.
Son ofensas que indignan. Pero aunque confieso que no es fácil, estoy haciendo el esfuerzo de controlar esa indignación y perdonarlas. Si les pido a ellos que no nos ofendan, lo coherente es no ofenderles a ellos y, al contrario, perdonarles.
Gandhi recibió un día la visita de una joven mujer acompañada de su pequeño hijo. “Gandhiji,” dijo ella, usando el apelativo cariñoso con el que se dirigía a él la mayoría de su pueblo, “por favor dígale a mi hijo que no coma tanta azúcar.” Gandhi contestó de inmediato, “Por favor regresen en un mes”.
Y aunque perpleja ante ese pedido, la mujer no se atrevió a pedir explicaciones. Un mes más tarde, ella y su hijo estuvieron de regreso a visitar al Mahatma, y cuando él les vio, les reconoció. “Tú eres el pequeño que come demasiada azúcar,” dijo sonriente. Y mirando fijamente a los ojos del niño, agregó, “¡No comas tanta azúcar!” Esta vez la madre del niño no se pudo contener. “¡Gandhiji!” exclamó, “¿Por qué no le dijo eso hace un mes?” . Y Gandhi respondió: “Hace un mes yo comía azúcar. Llevo un mes sin comerla para tener el derecho moral de pedirle a su hijo que no lo haga”.
Deseo ser coherente, en honor a ese maravilloso espíritu que hemos visto florecer entre nosotros, especialmente entre nuestros jóvenes. Si en algo puedo ayudar a la Sra. Cónsul en Londres para que nos apoye desde allá, estoy a su disposición. Si en algo puedo ayudar al Sr. Presidente de la República en las tareas que son necesarias, estoy a su disposición. Es hora de perdonarnos, consolar y construir.