La exhibición del horrible videoclip promovido por el Gobierno en el cual se exalta a las “dictaduras del corazón” es una buena oportunidad para reflexionar sobre el término y sus usos.
Comenzaré con la afirmación de que el correísmo no es una dictadura. Al definirla así yerran tanto los autores del susodicho video, como algunos opositores que frecuentemente lo llaman así. No digo con ello que el correísmo sea una democracia; que mantenga los atributos mínimos de la misma; a saber, elecciones libres y competitivas, separación de poderes, funcionamiento del Estado de derecho y, respeto a los derechos y libertades ciudadanos, sino que más allá de lo que digan los textos constitucionales, el correísmo es un régimen autoritario consolidado y no una dictadura.
Y la diferencia entre el uno y la otra es que los autoritarismos son permanentes y pueden perpetuarse indefinidamente, mientras que las dictaduras son transicionales, de excepción.
¿Por qué el correísmo no es una dictadura? Una dictadura es un régimen de emergencia, que propone un tránsito, una transformación. En ella, el grupo en el poder suspende parcial o totalmente el orden constitucional, comete ilegalidades y abusos, en función de eliminar el orden prevaleciente y crear un nuevo régimen político.
Las dictaduras son siempre excepcionales y temporales. Se justifican en la crítica total del pasado y en la expectativa de que sus acciones, duras o blandas, nos entregarán el paraíso prometido. Las dictaduras, por ello, tienen final y culminan cuando sus objetivos han sido cumplidos.
El Ecuador vivió una dictadura militar entre 1972 y 1979. Esta se inició como respuesta a un momento de incertidumbre y crisis y culminó con el retorno a la democracia. Igualmente, el correísmo tuvo su fase dictatorial, desde el Congreso de los manteles hasta que entró en plena vigencia la Constitución de Montecristi.
En esta fase, el núcleo gobernante asumió plenos poderes para acabar con la llamada partidocracia, desconoció sistemáticamente la legalidad vigente y creó una nueva institucionalidad a su medida.
La justificación para ello fue que resultaba necesario para la revolución ciudadana. Como en el video, las dictaduras se justifican por el paraíso que prometen y por las amenazas que las acechan.
Pero el problema de llamar dictadura a un régimen que se apresta ya a su cuarto mandato es que nos sitúa en un dilema falso, la disputa de su sentido o su sobrevivencia, sin cuestionar al régimen autoritario en sí mismo.
Nos pone en el dilema de seguir el utopismo de Alberto Acosta, que nostálgicamente todavía no sale de Montecristi y propone que el sentido democrático del correísmo está aún en disputa; o en el pragmatismo de Alexis Mera, para quien es justificable cualquier retorcimiento de la ley en función de la sobrevivencia del régimen.
Ambas posiciones, y de hecho el uso de la palabra dictadura, no cuestionan al correísmo como tal, su autoritarismo caudillista y plebiscitario, sino que nos encierran en el presente y nos evaden del reto auténtico que hoy tiene el Ecuador: terminar con el actual régimen autoritario y construir una verdadera democracia.