El núcleo gobernante privilegia las virtudes comunicacionales de Correa, sus dotes para convencer y captar a sus oyentes. Pero ello funcionó con mucha gente cuando logró credibilidad y legitimidad en lo que proponía, que eso haya sido fundado o no, realista o quimera. Existe ahora un alto porcentaje de personas que no tienen aún opción definida, que ya no cuentan apoyarlo o que se ha cansado de él.
En esa estrategia electoral, Correa sería el principal promocionador para el 2017. Sin embargo, más allá de las virtudes de comunicación que tiene, puede ser que ya no sea el buen actor de campaña electoral sino haga perder votos a AP. Si consideramos que las tendencias de las últimas elecciones seccionales, pueden profundizarse, como acontece en otros países, cabría recordar que el jefe de campaña y principal candidato que fue entonces Correa, por encima de sus candidatos locales, resultó ser un gran perdedor, aunque quiso convencer que la derrota era victoria.
El caso más llamativo fue en Quito, en dónde Correa se impuso a Barrera, alcalde saliente y que tenía buen porcentaje de aceptación. El avasallador rol de Correa, con sus discursos y actos públicos, opacó a Barrera y le hizo perder credibilidad. El avasallador de ayer que suscitó ilusión, puede ser el avasallador que ahora lleve a lo contrario. 10 años de poder puede hacer perder el sentido de las proporciones a cualquiera, aún más a quien tiende a verse más que a ver a los otros y la realidad.
El milagro de antes, de subir como espuma en la aceptación, funcionó cuando la sociedad estaba cansada de la inestabilidad y la corrupción de los ahora oponentes. El maná del petróleo hizo el resto. Ahora, es otra fase, no hay más la lámpara de Aladino para tanta promesa y la legitimidad lograda ya está de bajada. Existe una perdida de convocatoria y de suscitar adhesión, como aconteció en las últimas elecciones.
No es raro ahora oír “no me importa que no haya alternativa, pero prefiero que se vayan”. Una expresión de cansancio. Ser el más aceptado no es condición para ganar, aunque es una gran ventaja para AP.
Cómo ganar a la mayoría de indecisos o rebasar la desconfianza es la clave electoral. Pero la desconfianza actual se enraíza en el exceso de promesas y de querer convencer, de lo falso o verdadero. Por lo mismo, reiterar en la campaña electoral con la misma dosis de milagros cumplidos o por cumplirse, en la misma condena a los “incompetentes”, etc. puede terminar por crear el rechazo que suscitó Correa contra Barrera. La ficha electoral mágica de AP, demostró que ya no era tan milagrera y peor aún con la economía debilitada y que puede no reanimarse para el 2017. Ahora, la frustración o desconfianza o rechazo al gobierno hacen las reglas del juego.
El caudillismo tiene su lógica: no se puede sin Correa, tampoco con él.