Correa, antes y después del Papa

Vino, vio y dijo. Francisco dejó un arsenal de mensajes que seguirán siendo motivo tanto de interpretaciones espirituales como de exégesis interesadas de lo más diversas; si bien frenó al máximo las intenciones de politizar su visita, en cambio no está en su mano evitar la interpretación de sus palabras, incluso en aquello tan claro de pedir un liderazgo sin exclusiones.

Ya se sabe que el catolicismo se caracteriza por tener un mensaje tan amplio como una gran cobija que alcanza para todos. Y es bueno que, de alguna manera, se haya abierto en el país una pausa en la cual al efecto Papa se suman temas prácticos, como el inicio de las vacaciones en la Sierra y otros menos prácticos, como el persistente deseo ciudadano de que no se politice su protesta.

Una encuesta divulgada el viernes por un canal progubernamental afirma que el 70% rechaza las manifestaciones de las últimas semanas; no se especifica si se incluyen las convocadas por AP. Un sondeo desde la otra orilla trae el siguiente dato: el 83% de encuestados siguió las actividades del Papa, es decir tuvo oportunidad de oír sus mensajes.

Esos encuestados tienen las siguientes expectativas: 25%, que haya paz y unión entre todos los ecuatorianos; 21%, que cambie la actitud del presidente Correa; 20%, que mejore la situación económica del país y de las familias; 17%, que haya diálogo sin exclusiones, como pedía el Papa; 12%, que se supriman las leyes que incrementan impuestos.

Ojalá el Gobierno no use la pausa para repetir el libreto de ‘aquí no pasa nada’; para insistir en un diálogo condicionado que justifique sus inoportunas propuestas de herencias y plusvalía; o para concluir que sus pensamientos coinciden con los de Francisco. La pausa debiera servir para enfrentar la difícil circunstancia económica del país.

Por supuesto que el diálogo con actores económicos, políticos y sociales puede servir para restablecer la confianza herida por una serie de acciones cuyo culmen son los mencionados proyectos; cualquier principiante sabe que la expectativa es un factor vital en la economía. Hoy por hoy nadie tiene ánimo para hablar del milagro ecuatoriano.

Pero se debe admitir que junto a las dificultades económicas hay un nuevo escenario político, no necesariamente partidista. La salida no es mejorar la escasa capacidad de reacción de los llamados comités de la revolución, sino la escasa capacidad de percepción de sus dirigentes. El difícil Ecuador pre y post-Papa es básicamente el mismo.

Hoy es mucho más notorio que la supuesta fortaleza de contar con todos los poderes y con un gran aparato estatal basado en una sola persona se volvió una gran debilidad. Cualquier Presidente daría lo que fuera por tener un porcentaje tan alto de votos en la Asamblea, pero hoy todo depende de su ánimo y del modo en que interprete el mensaje papal…

marauz@elcomercio.com

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