Aunque la salida del presidente egipcio, Hosni Mubarak, parece casi inminente, una de las grandes incógnitas que se barajan en estos días tiene que ver con el futuro político de este país y de la región.
La preocupación fundamental para Occidente -no necesariamente para el pueblo egipcio- reside en la posibilidad de que el espacio dejado por el actual Presidente pueda ser llenado por organizaciones islámicas radicales e, incluso, que el control geopolítico regional, mantenido en alianza con regímenes corruptos y antidemocráticos, llegue a su fin.
Luego de 30 años la fortuna de Mubarak se estima en 40 mil millones de dólares. Su gobierno -al igual que en Túnez, Argelia, Marruecos, Libia, Sudán, Siria y Yemen- se ha caracterizado por tomarse las principales funciones del Estado, organizar elecciones fraudulentas (1987, 1993, 1999 y 2005), perseguir a los opositores, coartar libertades y atemorizar a gran parte de la población. Egipto vive en Estado de excepción desde 1981. Solo así se explica que, fruto de la brutal represión, hayan muerto hasta el momento cerca de 300 personas.
Ciertos analistas consideran que la crisis de Egipto esta relacionada con “grupos radicales aliados de Irán que buscan el poder”. Detrás de ello estarían los enemigos de Occidente e Israel. La lógica simplista y maniquea ha entrado a operar.
Sin embargo, se desconoce que las protestas de los últimos días no están relacionadas plenamente con grupos islámicos. De acuerdo a la información aparecida en la prensa internacional, se habla de un número importante de jóvenes profesionales de distinto credo y tendencia política, pero sobre todo de mujeres. Para los egipcios las cosas están claras: “El pueblo quiere un cambio de régimen”.
La esquiva narrativización del presente se funde con una deforme historización del pasado. El fantasma del islam y las intenciones de Irán aparecen por todo lado. Eso tampoco puede ocultar el apoyo que ciertos países han dado por años a regímenes autoritarios.
La descolonización del mundo árabe no terminó. Al contrario, la estabilidad regional ha servido para facilitar el acceso a recursos preciosos como el petróleo, el control geopolítico de pasos estratégicos como el Canal de Suez y la forzada convivencia con Israel.
Esta importante región del planeta merece un futuro de paz con justicia y respeto. Mientras más analizo, mi decepción aumenta. Da la impresión que el principio del sistema internacional es la anarquía. Richelieu no ha pasado de moda. La hipocresía de Occidente ha puesto en duda la fuerza del idealismo y del derecho internacional. Los principios de Woodrow Wilson son cuento de niños. La democracia también. ¿Radicales al poder?