El golpe anímico y económico que recibió Quito por el odio de un Gobierno que conculcó las libertades es innegable. Ese Gobierno, a más de atropellar leyes y concentrar el poder emprendió contra la fiesta brava, arrancando del corazón de la esencia mestiza una fiesta que tuvo largos 500 años de galopar a caballo de chagras y vaqueros por los páramos andinos conduciendo las gigantes mandas de reses vacunas criollas que habitaron buena parte de las provincias de la Sierra desde poco tiempo después de la Colonia.
Esos hatos ganaderos bajaban a las ciudades para las fiestas de varios días que se celebraban en las plazas mayores. La Plaza Grande fue en Quito el primer escenario. La bocina andina anunciaba que los toros llegarían a la ciudad y despejaban las calles, eso ocurrió hasta avanzado el siglo XX.
Cuando la Cámara de Agricultura vio la proyección de tener una gran feria se construyó en tiempo record la Plaza Quito. Un escenario de arte que fue el centro de las Fiestas de Quito durante más de medio siglo. La visionaria proyección de Manolo Cadena Torres, torero y empresario durante los primero años de una siembra fecunda, ideó complementos que se fusionaron. Desfiles, carretas del Rocío y el rescate de una vieja talla del Jesús del Gran Poder para darle nombre a la feria y un trofeo para los triunfadores.
Por Quito y su gran feria pasaron los gigantes de la torería. ‘El Cordobés’, ‘El Viti’, Paco Camino, Palomo Linares, hasta los recientes Cesar Rincón, Roberto Domínguez, Ortega Cano, Joselito, Enrique Ponce y El Juli, entre decenas de españoles, portugueses, venezolanos, franceses, mexicanos y colombianos.
Quito pasó a ser, con Lima y Bogotá, una trilogía de capitales sudamericanas taurinas. Y no fueron desde siempre los únicos países con toros, como de manera ignorante lo expresó un historiador que desprecia esta parte del sincretismo evidente.
Le bastará revisar la historia pasada y la crónica reciente del Perú profundo, Venezuela o Bolivia o ilustrarse para saber que en Colonia, Uruguay, pervive la estructura de su plaza de toros y que las hubo en Buenos Aires, una por ejemplo, donde empieza la calle Florida, con capacidad para 10.000 espectadores. Pero esa es otra historia.
En la consulta el Gobierno con grupos extremos atentaron contra la libertad. Piensan algunos desprevenidos que con prohibir las corridas de toros preservarán al toro bravo desconociendo que sin corridas sus hermosas estampas desaparecerían. Repiten consignas y embustes y con violencia atacan a los aficionados.
Por eso es que la gran marcha – estiman en más 5.000 personas – por la libertad y el derecho al trabajo merece ser escuchada para que vuelva la Feria a Quito.
Varias plazas han mantenido viva la llama de la afición como Latacunga, Riobamba, Ambato y la Belmonte. Quito debe volver a gritar por la libertad y sepultar el agrio rostro de la tiranía.