Cuando el New York Times se refirió a Quito en su sección de viajes, la colocó entre las 53 ciudades del mundo dignas de visitarse, por ser ‘uno de los mejores y más recomendables destinos turísticos’. Y lo es. Desde un paisaje de ensueño, Quito serpentea entre majestuosos volcanes sorteando quebradas y colinas…
Su centro histórico, quizá el más grande, completo y bello de América Andina, pudo preservarse, paradójicamente, gracias a nuestra pobreza, que nos impidió vivir veleidades ‘modernistas’, sacrificar viejas casas para ampliar las calles o eliminar plazoletas, gradas, empedrados y alguno de los incomparables atrios y plazas. El último jueves, asistí a un conversatorio sobre ‘estéticas urbanas’ en la Universidad Andina, realizado dentro del programa ‘Hábitat III alternativo’, que completará el sentido de Hábitat III, pues toda alternativa, en este mundo de buenas intenciones plagadas de sombras, aporta a nuestra reflexión y contribuye a ilustrarnos. Participaron Diego Hurtado, de la Universidad Central; Natalia Espinosa, artista, ceramista, y Juan Lorenzo Barragán, diseñador gráfico, interesado en nuestras manifestaciones populares. Los tres coincidieron en que la mayor parte de habitantes de Quito, por razones radicadas en un ‘yoísmo’ inveterado, viven la ciudad como un ámbito ajeno y, amortiguada su sensibilidad ante lo público, solo se interesan en lo que sirve a sus afanes; asisten anestesiados a su depredación, descuidan elementales normas cívicas y contribuyen con indiferencia o ignorancia a su violación.
La contaminación visual, en la que se centró el conversatorio, no ofrece descanso a los ojos. Barragán mostró horribles grafitis que, literalmente, ensucian los muros con pinturas carentes de aspiración y educación estética, como concebidas desde la ‘venganza’ o la rebelión contra lo que todavía es claro y limpio… Pocas vallas publicitarias respetan la distancia que la legislación dictó para situarlas. Muchas se hallan una junto a otra y por si esto fuera poco, contribuyen, estúpidamente escritas, a la pérdida de importancia en nuestra vida del buen uso de la escritura correcta de la lengua.
Natalia Espinosa resumió su intervención en este título: ‘Árboles redondos, cabezas cuadradas’. Si desde hace tiempo, barrios enteros ven sacrificar sus árboles al progreso de carreteras, puentes y calles, aun en zonas donde se siembran árboles, de por sí frondosos y esplendentes en su plenitud, conforme van creciendo son podados hasta el ridículo, y, vueltos una bola o un cuadrado sobre un asta, en lugar de verdor y belleza proyectan una especie de tristeza insolente. Árboles ‘bola’ o árboles ‘mesa’, sin ramaje ni fronda, ridículos en su limitación, muestran la cuadratura de una imaginación egoísta, recortada y sin vida, como árboles que ni dan sombra, ni acogen y cobijan a los pájaros, ni adornan, ni embellecen.
Parece ser que en Quito predominara la egoísta actitud del “nada importa, mientras a mí no me toque…”. Salimos tristes del conversatorio.