No será la primera vez, ni tampoco la última, en que la cotidianidad de la ciudad, la seguridad de sus infraestructuras y, principalmente, de sus habitantes esté relacionada con la presencia, intensidad y frecuencia de las lluvias.
Lo ocurrido en las dos últimas semanas, en algunos sectores del Distrito Metropolitano, con paredes, techos y muros caídos y anegamiento de alcantarillas, es solo una “muestra” de lo que puede pasar. Buena parte de los quiteños recordará los deslizamientos de tierra o aluviones que ocurrieron, a finales de los 80 y principios de los 90, en el noroccidente de la ciudad, desde San Carlos hasta La Comuna, que obligó a la ejecución de proyectos como el de Laderas del Pichincha. Si bien, en la actualidad, las condiciones han cambiado en este sector, hay que señalar que, sin embargo, el riesgo y la vulnerabilidad de deslizamientos de tierra están en 90 barrios y en otros 53 para las inundaciones.
Rumihurco (2009) o los barrios Espejo, La Delicia y San Francisco (2012) son ejemplos actuales del impacto que pueden ocasionar las fuertes lluvias en viviendas y vías. Estas fechas y lugares no hacen más que recordar a los quiteños y a sus autoridades que este tipo de eventos climáticos, con sus respectivas afectaciones, han estado a lo largo del crecimiento urbano de la ciudad; la gran diferencia ha sido y será que los últimos eventos tendrán más fuerza por las alteraciones generadas en la naturaleza a nombre del crecimiento urbano. Solo basta regresar a ver a las quebradas (sitios naturales para el desfogue de aguas lluvia) que han sido taponadas o rellenadas.
La otra gran diferencia está en la gestión municipal de turno. La actual administración está a cuatro meses de cumplir su segundo año que, en materia de riesgos y vulnerabilidad, se presentará bastante complicado. De la efectividad del plan lluvia 2015-2016 dependerá, en mucho, la tranquilidad de los quiteños y de los administradores de la ciudad de una tarea bien hecha. ¡Corre el reloj!